viernes, 14 de noviembre de 2014

EL MERCANTILISMO COMO PROCESO ECONÓMICO



INTRODUCCIÓN




El mercantilismo es el sistema económico llevado a cabo por algunos estados europeos que otorgaba una gran importancia al comercio, especialmente la exportación, permitía la intervención del estado para controlarlo y valoraba la riqueza de un país según la cantidad de metales preciosos que poseyera, se desarrolló en los ss. xvi y xvii como consecuencia de los descubrimientos de las minas de oro y plata en América. 
La época mercantilista comenzó con el hecho histórico que señala la iniciación de los tiempos modernos: la toma de Constantinopla, la antigua Bizancio, por los turcos en 1453, y se cierra con la fecha de la aparición de los primeros escritos de Quesnay a mediados del siglo XVIII, esto en 1750.
Aunque en fines del siglo XIV y principios del siglo XV se comenzaba a hablar de ideas mercantilistas, lo que en realidad se presentaba en esa época era el metalismo (bullionismo) que consistía en la acumulación de metales preciosos (monedas o lingotes) como única riqueza posible, el cual es considerado como un mercantilismo arcaico.
Es entonces hasta el siglo XVII que aparece el mercantilismo como una doctrina económica y política propiamente dicha.
En este trabajo se presenta ideas relevantes acerca de este tema y como sus ideas han servido de base para el surgimiento de otras escuelas.





CAPÍTULO I

EL MERCANTILISMO: DISPOSICIONES GENERALES



El término fue acuñado por Victor Riquetti, Marqués de Mirabeau en 1763, y fue popularizado por Adam Smith en 1776.La palabra procede de la palabra latina mercāri 'comprar, adquirir, comerciar'; de la que deriva, el término mercantil, en el sentido de llevar a cabo un negocio. Fue utilizada inicialmente sólo por los críticos a esta teoría, tales como Mirabeau y Smith, pero pronto fue adoptada por los historiadores.

Se denomina mercantilismo a un conjunto de ideas políticas o ideas económicas de gran pragmatismo que se desarrollaron durante los siglos XVI, XVII y la primera mitad del siglo XVIII en Europa, caracterizado por una fuerte intervención del Estado en la economía, coincidente con el desarrollo del Absolutismo monárquico.


Consistió en una serie de medidas que se centraron en tres ámbitos: Las relaciones entre el poder político y la actividad económica; la intervención del Estado en esta última; y el control de la moneda. Así, tendieron a la regulación estatal de la economía, la unificación del mercado interno, el crecimiento de población, el aumento de la producción propia -controlando recursos naturales y mercados exteriores e interiores, protegiendo la producción local de la competencia extranjera, subsidiando empresas privadas y creando monopolios privilegiados-, la imposición de aranceles a los productos extranjeros y el incremento de la oferta monetaria -mediante la prohibición de exportar metales preciosos y la acuñación inflacionaria-, siempre con vistas a la multiplicación de los ingresos fiscales. Estas actuaciones tuvieron como finalidad última la formación de Estados-nación lo más fuertes posible.

Considera que la prosperidad de una nación-estado depende del capital que pueda tener, y que el volumen global de comercio mundial es inalterable. El capital, que está representado por los metales preciosos que el estado tiene en su poder, se incrementa sobre todo mediante una balanza comercial positiva con otras naciones. El mercantilismo sugiere que el gobierno dirigente de una nación debería buscar la consecución de esos objetivos mediante una política proteccionista sobre su economía, favoreciendo la exportación y desfavoreciendo la importación, sobre todo mediante la imposición de aranceles. La política económica basada en estas ideas a veces recibe el nombre de sistema mercantilista.

El mercantilismo como tal no es una corriente de pensamiento. Marca el final de la preeminencia de la ideología económica del cristianismo (la crematística), inspirada en Aristóteles y Platón, que rechazaba la acumulación de riquezas y los préstamos con interés (vinculados al pecado de usura). Esta nueva corriente económica surgió en una época en la que las monarquías deseaban disponer del máximo dinero posible para sus cuantiosos gastos. Las teorías mercantilistas buscaban satisfacer esa demanda, y desarrollaron una dialéctica basada en el enriquecimiento. Esta corriente se basaba en un sistema de análisis de los flujos económicos muy simplificado en el que, por ejemplo, no se tenía en cuenta el papel que desempeñaba el sistema social.
Fue la teoría predominante a lo largo de toda la Edad Moderna (desde el siglo XVI hasta el XVIII), época que aproximadamente indica el surgimiento de la idea del Estado Nación y la formación económico social conocida como Antiguo Régimen en Europa Occidental. En el ámbito nacional, el mercantilismo llevó a los primeros casos de intervención y significativo control gubernativo sobre la economía, y fue en este periodo en el que se fue estableciendo gran parte del sistema capitalista moderno. Internacionalmente, el mercantilismo sirvió indirectamente para impulsar muchas de las guerras europeas del periodo, y sirvió como causa y fundamento del imperialismo europeo, dado que las grandes potencias de Europa luchaban por el control de los mercados disponibles en el mundo.
Como agente unificador tendente a la creación de un estado nacional soberano, el mercantilismo tuvo en contra dos fuerzas: Una, más espiritual-jurídica que política-económica, fueron los poderes universales: la Iglesia y el Imperio, la otra, de carácter predominantemente económico fue el particularismo local, con la dificultad que produce a las comunicaciones y la pervivencia de la economía natural (en determinadas zonas los ingresos del estado eran en especie y no en dinero); mientras que la pretensión mercantilista es que el mercado cerrado sea sustituido por el mercado nacional y las mercancías como medida de valor y medio de cambio sean remplazadas por el oro.
 A lo largo de este periodo durante el cual las hipótesis evolucionaron, aparece una literatura compleja, que da idea de que existe una corriente vagamente unificada. En el Siglo XIX, se extenderá por la mayoría de las naciones europeas, adaptándose a las características nacionales.
Entre las escuelas mercantilistas se distingue: el bullionismo (o «mercantilismo español») que propugna la acumulación de metales preciosos; el colbertismo (o «mercantilismo francés») que por su parte se inclina hacia la industrialización; y el comercialismo (o «mercantilismo británico») que ve en el comercio exterior la fuente de la riqueza de un país.
A partir de esa época, las cuestiones económicas dejan de pertenecer a los teólogos. La Edad Moderna marca un giro con la progresiva autonomía de la economía frente a la moral y la religión así como frente a la política. Esta enorme ruptura se realizará por medio de consejeros de los gobernantes y por los comerciantes.  Entre los muchos autores mercantilistas, hay que destacar a Martín de Azpilicueta (1492-1586), Tomás de Mercado (1525-1575),Jean Bodin (15301596), Antoine de Montchrétien (15761621), o William Petty (16231687).
La confianza en el mercantilismo comenzó a decaer a finales del siglo XVIII, momento en el que las teorías de Adam Smith y de otros economistas clásicos fueron ganando favor en el Imperio Británico, y en menor grado en el resto de Europa. Adam Smith, que lo critica con dureza en su obra titulada Una investigación sobre la naturaleza y causas de la riqueza de las naciones (conocida comúnmente como La riqueza de las naciones), califica el mercantilismo como una «economía al servicio del Príncipe».
Hoy en día la teoría del mercantilismo es rechazada por la mayoría de los economistas, si bien algunos de sus elementos en ocasiones son vistos de forma positiva por algunos, entre los cuales cabe citar a Ravi Batra, Pat Choate, Eammon Fingleton, o Michael Lind.







CAPÍTULO II

EL MERCANTILISMO COMO PROCESO ECONÓMICO

 

1.    EL MERCANTILISMO COMO CONJUNTO DE IDEAS ECONÓMICAS

El mercantilismo en sí no puede ser considerado como una teoría unificada de economía. En realidad no hubo escritores mercantilistas que presentasen un esquema general de lo que sería una economía ideal, tal y como Adam Smith haría más adelante para la economía clásica. En su lugar, el escritor mercantilista tendía a enfocar su atención en un área específica de la economía. Sería después del periodo mercantilista cuando los estudiosos que vinieron posteriormente integrasen las diversas ideas en lo que llamarían mercantilismo, como por ejemplo Eli F. Heckscher que ve en los escritos de la época a la vez un sistema de poder político, un sistema de reglamentación de la actividad económica, un sistema proteccionista y también un sistema monetario con la teoría de la balanza comercial.

Hasta cierto punto, la doctrina mercantilista en sí misma hacía imposible que existiese una teoría general económica. Los mercantilistas veían el sistema económico como un juego de suma cero, en donde la ganancia de una de las partes suponía la pérdida de otra, o siguiendo la famosa máxima de Jean Bodin «no hay nada que alguien gane que otro no pierda» (Los Seis libros de la República). Por tanto, cualquier sistema de políticas que beneficiasen a un grupo por definición también harían daño a otro u otros, y no existía la posibilidad de que la economía fuese empleada para maximizar la riqueza común, o el bien común.
El mercantilismo es, por tanto, una doctrina o política económica que aparece en un periodo intervencionista y describe un credo económico que prevaleció en la época de nacimiento del capitalismo, antes de la Revolución industrial.
Las primeras teorías mercantilistas desarrolladas a principios del Siglo XVI estuvieron marcadas por el bullionismo (del inglés bullion: oro en lingotes). A ese respecto, Adam Smith escribía:
La doble función que cumple el Dinero, como instrumento de comercio y como medida de los valores, ha hecho que se produzca de modo natural esa idea popular de que el Dinero hace la riqueza, o que la riqueza consiste en la abundancia de oro y plata […]. Se razona de la misma manera con respecto a un país. Un país rico es aquél en el que abunda el dinero, y el medio más sencillo de enriquecer el suyo, es amasar el oro y la plata […]. Debido al creciente éxito de estas ideas, las diferentes naciones de Europa se han dedicado, aunque sin demasiado éxito, a buscar y acumular oro y plata de todas las maneras posibles. España y Portugal, poseedores de las principales minas que proveen a Europa de esos metales, han prohibido su exportación amenazando con graves represalias, o la han sometido a enormes tasas.
Durante ese periodo, importantes cantidades de oro y plata fluían desde las colonias españolas del Nuevo Mundo hacia Europa. Para los escritores bullionistas, como Jean Bodin o Thomas Gresham, la riqueza y el poder del Estado se miden por la cantidad de oro que poseen. Cada nación debe pues acrecentar sus reservas de oro a expensas de las demás naciones para hacer crecer su poder.
La prosperidad de un Estado se mide, según los bullionistas, por la riqueza acumulada por el gobierno, sin mencionar la Renta Nacional. Este interés hacia las reservas de oro y plata se explica en parte por la importancia de esas materias primas en tiempos de guerra. Si un Estado exportaba más de lo que importaba, su «balanza del comercio» era excedentaria, lo que se traducía en una entrada neta de dinero.
Esto llevó a los mercantilistas a proponer como objetivo económico el tener un excedente comercial. Se prohibía estrictamente la exportación de oro. Los bullionistas también eran partidarios de poner en marcha altas tasas de interés para animar a los inversores a invertir su dinero en el país.
En el Siglo XVIII se desarrolló una versión más elaborada de las ideas mercantilistas, y que rechazaba la visión simplista del bullionismo. Esos escritores, como Thomas Mun, situaban como principal objetivo el crecimiento de la riqueza nacional, y aunque seguía considerando que el oro era la riqueza principal, admitían que existían otras fuentes de riqueza, como las mercancías.
« no es la gran cantidad de oro y plata lo que constituye la verdadera riqueza de un Estado, ya que en el mundo hay Países muy grandes que cuentan con abundancia de oro y plata, y que no se encuentran más cómodos, ni son más felices […]. La verdadera riqueza de un Reino consiste en la abundancia de las Mercancías, cuyo uso es tan necesario para el sostenimiento de la vida de los hombres, que no pueden pasarse de ellas»
El objetivo de una balanza comercial excedentaria seguía persiguiéndose pero desde ese momento se veía interesante importar mercancías de Asia por medio de oro para revender luego esos bienes en el mercado europeo con importantes beneficios.
Esta nueva visión rechazaba a partir de ese momento la exportación de materias primas, que una vez transformadas en bienes finales constituían una importante fuente de riqueza.
Al necesitar las industrias importantes capitales, en el Siglo XVIII se vio una reducción de las limitaciones contra la usura. Como muy bien demostró William Petty, la tasa de interés se ve como una compensación por las molestias ocasionadas al prestador al quedar sin liquidez.
Las consecuencias en materia de política interior de las teorías mercantilistas estaban mucho más fragmentadas que sus aspectos de política comercial. Mientras Adam Smith decía que el mercantilismo apelaba a controles muy estrictos de la economía, los mercantilistas no estaban de acuerdo entre sí. Algunos propugnaban la creación de monopolios y otras cartas patentes. Pero otros criticaban el riesgo de corrupción y de ineficacia de tales sistemas. Muchos mercantilistas también reconocían que la instauración de cuotas y de control de precios propiciaba el mercado negro.
En cambio, la mayor parte de los teóricos mercantilistas estaban de acuerdo en la opresión económica de los trabajadores y agricultores que debían vivir con unos ingresos cercanos al nivel de supervivencia, para maximizar la producción. Unos mayores ingresos, tiempo libre suplementario o una mejor educación de esas poblaciones contribuirían a favorecer la holgazanería y perjudicarían la economía.
Esos pensadores veían una doble ventaja en el hecho de disponer de abundante mano de obra: las industrias que se desarrollaban en esa época precisaban de mucha mano de obra y además eso reforzaba el potencial militar del país. Los salarios se mantienen pues a un bajo nivel para incitar a trabajar. Las leyes de pobres (Poor Laws) en Inglaterra persiguen a los vagabundos y hacen obligatorio el trabajo. El ministro Colbert hará trabajar a niños con seis años en las manufacturas de Estado.

2.    EL MERCANTILISMO COMO PROCESO ECONÓMICO

Dentro de la doctrina económica mercantilista emergieron, de manera natural, tres cuestiones fundamentales que generaba esta lucrativa actividad comercial:
·     El monopolio de exportación.
·     El problema de los cambios y su derivación.
·     El problema de la balanza comercial.
En la obra The Circle of Commerce (El círculo del comercio, 1623), Edward Misselden desarrolló un concepto de balanza comercial expresado en términos de débitos y créditos, presentando el cálculo de la balanza comercial para Inglaterra desde el día de navidad del año 1621 hasta la de 1622.
La idea mercantilista de «balanza de comercio multilateral» corresponde a la actual noción de «balanza de pagos» y se compone de cinco cuentas (Cuadro 01)

Como hemos visto el dinero es el concepto central de las reflexiones mercantilistas. Si hay una recomendación clara de política económica esta es la de acumular la mayor cantidad de metales preciosos mediante la consecución de saldos favorables en los intercambios exteriores. A partir de esa premisa, se puede deducir fácilmente de las relaciones entre el dinero, el tipo de cambio y la balanza de pagos. Además de estas relaciones también haremos mención en este apartado a algunos temas menores sobre la población, el trabajo y la industria.


El dinero de la época mercantilista es el dinero-mercancía; es decir, está constituido por metales preciosos marcados, en forma de lingotes o monedas marcadas con un sello que, en principio, garantiza su peso en oro o en plata. Para ordenar la discusión sobre la relación entre “la riqueza de una nación” y el dinero, planteemos para empezar una cuestión básica: ¿Es el dinero, para los mercantilistas, sinónimo de riqueza? Sin lugar a dudas los primeros mercantilistas darían a esta pregunta una respuesta afirmativa. Los mercantilistas llamados bullionistas principalmente españoles y portugueses de la mitad del siglo XVI, se proponen como ambición exclusiva la acumulación y conservación de los metales preciosos en el reino. A ellos les parecía que el valor intrínseco del oro y de la plata, así como su carácter imperecedero, convertían a los metales preciosos en la esencia misma de la riqueza. Por eso proponen entre otras medidas, la prohibición de exportar el oro y la plata, el cobro de sobretasas de cambio para las monedas extranjeras, la obligación de pagar las importaciones de bienes en mercancías y no en metales preciosos, la obligación de repatriar las ganancias obtenidas en el extranjero, etc. Todo un conjunto de medidas artificiales, autoritarias, burocráticas e ineficaces.
 Pero, ¿Por qué razón dinero es sinónimo de riqueza? La respuesta de los primeros autores mercantilistas, es simple: el dinero es riqueza porque es poder de compra. De ahí a pensar que son los bienes y no el dinero, los que constituyen la verdadera riqueza no hay más que un paso que algunos darían varios años después.

El dinero, o los metales preciosos, poseen ventajas indudables; encontrando el reconocimiento explícito de las tres funciones clásicas del dinero: Unidad de cuenta, instrumento de cambio y reserva de valor; son precisamente la segunda y fundamentalmente la tercera de estas funciones las que permiten aproximar hasta confundir en los mismo el dinero y la riqueza.
Además los metales preciosos son absolutamente indispensables para arreglar los saldos del comercio exterior. Por ello, Tomas Mun insistirá sobre la necesidad de detentar metales preciosos para las necesidades de los intercambios internacionales. Por la misma razón, el comercio interior debería servir para economizar encajes monetarios y, según Mun dentro del país el papel del dinero lo puede cumplir adecuadamente los billetes a la orden y las letras de cambio.

Finalmente para muchos mercantilistas, el dinero es la vida y alma del negocio. Esta idea, extendida en la literatura sin una justificación teórica clara, se apoya en consideraciones intuitivas que reflejan las preocupaciones de los mercaderes. Con frecuencia tal metáfora sirve para identificar dinero y capital; una falacia comprensible cuando la prosperidad pasa por el comercio. Asi,  abundancia monetaria significa también abundancia de capital para prestar y tomar prestado, para la financiación de las ventas y las compras y para permitir que los negociantes asuman mayores riesgos. Así, unos medios de pago abundantes hacen más fácil la expansión del mercado, mejoran las oportunidades de negocio y las posibilidades de obtener beneficios. ¿Qué otra cosa puede pedir un comerciante? así se explica también el miedo a una falta de liquidez que también constituye una constante del pensamiento mercantilista.

De todas formas, como no podía ser de otro modo, pasado el periodo bullionista empezaron a aparecer numerosas matizaciones. Algunos autores distinguieron muy pronto entre el valor comercial y el valor legal del dinero. Sin duda alguna, el príncipe puede caer en l atentación de multiplicar las monedas, los soles y los escudos, disminuyendo su contenido metálico. En el siglo XVII, muchos mercantilistas se opusieron a estas manipulaciones y sostuvieron que el valor comercial y el valor legal del dinero deberían coincidir. Las razones para ello son diversas.

En primer lugar, como enunciaba la ley de Gresham “La mala moneda desplaza a la buena”. Una vez que sea posible distinguir entre la mala y la buena moneda, se preferirían las primeras para realizar los pagos y las segundas para el ahorro.
En segundo lugar, la manipulación monetaria solo es un recurso temporal para aliviar las finanzas públicas. En un primer momento, el príncipe aumentará sus ingresos a corto plazo retirando la “buena moneda” y poniendo en su lugar moneda depreciada. Pero, más temprano que tarde, los súbditos tendrán la ocasión de devolverle la “mala moneda” (pago de impuestos).

Por último, si el tipo de cambio no se ajusta al contenido metálico, los comerciantes extranjeros rechazaran las monedas depreciadas como medio de pago. I, como consecuencia de lo anterior, el tipo de cambio se deprecia, de ello resultara un aumento de los precios de los bienes importados y, eventualmente, una salida de oro del país.



La historia económica de la Europa del siglo XVI está marcada, al mismo tiempo, por la entrada de grandes cantidades de oro y plata provenientes del Nuevo Mundo, y por el aumento sostenido de los precios. A Jean Bodin le corresponde el mérito de haber relacionado por primera vez ambos fenómenos y, más concretamente, de haber identificado el primero como la causa del segundo. En los albores del siglo XVI, por razones obvias, los aumentos de precios se producen primero en España y con el tiempo se harán notar en Francia donde la inflación se acelera hacia 1550 y se dura hasta 1690. Todo esto coincide con otro hecho importante: en Europa circulan muchas monedas de dudoso valor. Esto servirá para complicar el diagnóstico sobre la verdaderas causas de la inflación; problema en el que se centrará una de las primeras controversias económicas.
En 1563 la Chambre de Comptes de París, movida por el deseo de averiguar las causas del aumento sostenido de los precios, encarga a uno de sus miembros, M. de Malestroit, la elaboración de un informe que será publicado con el título de Les Paradoxes sur le faict des Monnoyes (1563). ¿Cuáles son las paradojas de Malestroit? En primer lugar, la inflación que a todos parece algo tan evidente es, para el autor del informe, algo completamente ilusorio. Según Malestroit, la pérdida de poder adquisitivo del dinero en circulación es completamente imputable a la disminución del contenido metálico de la unidad de cuenta.  Este autor se empeña en demostrar que, aunque los precios nominales aumenten, la relación de intercambio entre cada uno de los bienes y el oro y la plata, ha permanecido estable. De modo que la "carestía" sería una ilusión: efectivamente quien compra da más escudos, soles o libras a cambio de los mismos bienes, pero no da más oro o plata. Malestroit concluye entonces que, para evitar esta inflación de unidades de cuenta, lo único que hace falta es aplicar la ortodoxia monetaria de la época manteniendo constante el contenido metálico de las monedas. Malestroit subraya, con su segunda paradoja, que aferrarse a los valores nominales sin tener en cuenta el contenido metálico de las monedas es arriesgarse a sufrir pérdidas de capital; él piensa, con razón, que el rey que percibe sus ingresos en monedas depreciadas no recibe por lo tanto la misma cantidad de oro y de plata que sus predecesores.
Jean Bodin contestará a tales ideas en su Response aux Paradoxes de M. de Malestroit (1568). Su crítica es, en primer lugar, empírica y, a continuación, teórica. Según las cifras de Bodin, El aumento de los precios de los bienes esenciales (el trigo, la tierra, las viñas, las frutas, etc) es muy superior a la depreciación de las monedas. La inflación no es entonces solamente "nominal" (en unidades de cuenta), sino también real (de los precios en términos de oro y plata). Una vez demostrado que la inflación no es una ilusión, Bodin pasa a discutir sus causas. Para él, la causa principal es la abundancia de oro y de plata. El mayor crecimiento de la oferta de metales preciosos en relación con la oferta de los demás bienes, disminuye los precios relativos del oro y la plata con respecto a los demás bienes, o, en otros términos, aumenta los precios de los bienes en términos de oro y plata. El nivel general de precios (el inverso del valor del dinero), se relaciona entonces directamente con la cantidad de oro y plata existente en el mercado.
¿Podemos considerar que esta explicación descansa sobre lo que más tarde se denominará la teoría cuantitativa del dinero? En un cierto sentido sí, ya que el nivel de precios se relaciona con la cantidad de dinero y en esta idea hay una teoría monetaria de la inflación. Sin embargo, también hay que subrayar que otras ideas esenciales de la teoría cuantitativa están ausentes en el pensamiento de Bodin. Este es el caso, en primer lugar, de la secuencia oferta excedente de dinero, demanda excedente de bienes, inflación y, en segundo lugar, de la proporcionalidad supuesta entre el nivel de precios y la cantidad de dinero. El razonamiento de Bodin, en definitiva, no es más que un resultado, avanzado para su época, de la aplicación de un modelo oferta-demanda a una mercancía particular: el dinero.
A continuación, Bodin analiza las causas del aumento de la cantidad de dinero. El origen está en la balanza comercial; el comercio exterior de Francia con España es fuertemente superavitario y ello se traduce en la importación neta de oro y plata. Además están las transferencias de los numerosos franceses que encontraron fortuna en España y la entrada de capitales de los numerosos banqueros extranjeros que se instalaron en la Francia de la época. Aunque lo esencial del análisis de Bodin se encuentra en el mecanismo monetario, el autor añade otras causas del aumento de los precios, entre las que se cuentan: el despilfarro que resulta de la moda que crea demandas artificiales y cambiantes, el desarrollo de las exportaciones que reduce la oferta interior, los monopolios y las alianzas que frenan la competencia y, finalmente, los príncipes cuyos gastos son excesivos.
Las consecuencias prácticas de todo el análisis de Bodin son, sin embargo, un tanto deprimente. Para el autor, en primer lugar, resulta muy difícil luchar contra las causas secundarias de la inflación. En cuanto a la causa principal, el exceso de dinero, el autor no hace más que dejar constancia en su razonamiento las contradicciones del pensamiento mercantilista. Acaso el oro y la plata no son la riqueza del reino; puede ser que la inflación sólo sea el precio a pagar por la prosperidad de los negocios. De todos modos, el exceso de dinero es claramente preferible a la escasez monetaria de los años anteriores. Carece de sentido embarcarse en una política de deflación imposible, por otra parte, de poner en práctica si se desea seguir comerciando con el exterior. Bodin, en consecuencia, no va más allá de oponerse a las manipulaciones monetarias, y expone con convicción pero sin originalidad las ventajas de una moneda cuyo contenido metálico sea estable.
El gran aporte de Bodin no es práctico sino teórico. Desde entonces, la relación positiva entre la abundancia monetaria y los precios será parte del acervo común del mercantilismo. Esta idea se integra en una visión general del dinero que se resume en la obra de Davanzati. El dinero, para este último autor, es unidad de cuenta, medio de pago y reserva de valor. Como medio de pago y reserva de valor es, al mismo tiempo, vehículo de las transacciones y poder de compra y, en consecuencia, constituye la esencia de la riqueza. Para que la mala moneda no desplace a la buena, el príncipe debe resistir la tentación de depreciarla; no obstante, como un subproducto no deseado, la abundancia de dinero hace aumentar los precios.


Por encima de todo, para los mercantilistas la abundancia de dinero tiene una ventaja indudable: permite la disminución del tipo de interés. Los argumentos se encuentran expuestos con claridad en la obra de T. Culpeper( 1578-1662) y particularmente su Traite Contre L'Usure (1621). Cuando el tipo de interés es alto, los mercaderes más afortunados se retiran, ya que para ellos es más seguro y más rentable prestar el dinero que dedicarse directamente a los negocios. Los negociantes jóvenes y endeudados se ven conducidos a la ruina o desmotivados, ya que lo esencial de sus beneficios sólo sirve para cubrir el servicio de los préstamos. De la misma manera, y esto es lo más importante para Culpeper, las inversiones agrícolas disminuyen y el valor de la tierra cae abrúptamente. Sin duda este razonamiento, y no es el primero que mencionamos de ese tipo, tiene un cierto sabor keynesiano. El tipo de interés es el rendimiento mínimo requerido por la inversión; si dicho mínimo es muy alto, numerosos proyectos se convertirán en no rentables y serán abandonados; en tanto que, por el mismo motivo, se retirarán los capitales ya comprometidos. Abandonar los negocios se hace más interesante que dedicarse a ellos; como la inversión es cada vez menos rentable, se corre el riesgo de que los créditos terminen financiando en mayor proporción los gastos de consumo.
Una baja tasa baja de interés es considerada entonces algo favorable al comercio. Pero esa es sólo una condición necesaria y no suficiente para la prosperidad de los intercambios. Thomas Mun, se encargará de señalar con justicia, que un tipo bajo de interés puede no ser más que el reflejo de un comercio deprimido y en consecuencia de una baja demanda de capitales. Con esta excepción, los mercantilistas piensan que una baja tasa de interés es el resultado de la abundancia monetaria. Muchos años más tarde se descubrirá que todo el argumento para defender esta conclusión está basado en la incapacidad de distinguir entre el concepto de dinero, el de capital y el de fondos prestables. A riesgo de simplificar, podemos decir que, para los mercantilistas, esos tres conceptos distintos se funden en una y la misma cosa: la riqueza (influencias teológicas aparte). Si la nación posee mucho oro y plata ( es decir, dinero), la inversión será abundante (acumulación de capital), y el crédito barato (fondos prestables).
Pero, ¿qué debe hacer el gobierno si se encuentra con una situación de escasez monetaria? Si eso ocurriera la ley debe suplir al mercado. Culpeper, por ejemplo, pide que se limite severamente el tipo de interés autorizado con el fin de poder competir con los holandeses que se benefician de tasas más bajas que los ingleses. La exigencia de un respaldo legal es, con una frecuencia comprensible, la única respuesta de los comerciantes en el conflicto que les enfrenta al poder financiero. Ambos intereses, los del banquero y el mercader, son claramente contrapuestos y los mercantilistas se preocuparán por distinguir con claridad entre la tasa de interés (legítima) y la usura (abusiva); una distinción artificial que sólo es un síntoma de las limitaciones del análisis.


La esencia de la actividad económica del mercantilismo se centra en la adquisición de monedas y metales de oro y plata como única forma de enriquecerse el estado, además es  centralista al considerar que es el propio estado el que debe organizar y programar la adquisición de metales preciosos.
El mercantilismo es también una doctrina que establece como conveniente una balanza comercial favorable (porque de algún modo ésta genera la prosperidad nacional); el superávit o déficit de la exportación es la única fuente de ganancia o pérdida de la nación en su conjunto, lo que sugiere que una política comercial proteccionista impulsará la prosperidad nacional, en tanto sea capaz de mantener una balanza comercial favorable.
El argumento se apoyaba en analogías con el comportamiento económico a nivel individual: si la ganancia de un individuo implicaba la pérdida de otro, algo semejante ocurriría entre naciones, dando lugar al denominado "juego de suma cero". Evidentemente, esa ganancia derivada del comercio consistiría en la entrada de metales preciosos ocasionada por una balanza comercial excedentaria.
En un primer momento esto consiguió mediante una política de prohibiciones restricciones y controles. Prohibiciones de exportar metales preciosos, obligación de cada mercader de exportar primero para importar después, tentativas de establecer controles burocráticos y restricciones administrativas adicionales.
Los primeros mercantilistas (Stafford y otros) insistían en que se prohibiera toda exportación de dinero del país, lo que ellos proponían era acumular dinero en el país por todos los medios, exportando mercancías al mercado exterior. Con el crecimiento de las formas capitalistas de economía y la ampliación del comercio exterior, se hizo cada vez más evidente la inconsistencia de la política que veía su objetivo en retener el dinero de la circulación. Frente a la política de la balanza monetaria activa, se presentó la política de la balanza comercial, sus partidarios eran mercantilistas posteriores (T. Mun, A. Serra y otros), según ellos, el Estado ha de poseer un tamo activo en la balanza comercial.
Sin embargo, en el siglo XVI, la explosión de los intercambios internacionales debilitará progresivamente la eficacia de tales disposiciones. La emergencia de un mundo financiero especializado, la generalización de las letras de cambio, los privilegios acordados a las grandes compañías (entre ellos el de exportar oro) y, de un modo general, la imposibilidad material de controlar unos flujos comerciales siempre crecientes, son todos procesos que terminarán por arruinar el poder de la administración. Así se impone la idea de que, si el comercio es deficitario, el oro saldrá inevitablemente del reino.
En consecuencia, ¿cómo evitar la salida de oro?; ¿qué hacer si el desarrollo del comercio agrava y convierte el problema en algo crucial?. Alrededor de estas cuestiones generales se enfrentarán G. Malynes, Edward Misselden (1603-54) y Thomas. Mun en una de las controversias más fructíferas de la historia del mercantilismo.
Con la crisis comercial de los años 1620, aparece en Inglaterra una generación de autores bullionistas de la que Gerald Malynes es el representante más importante. Malynes buscó la razón del déficit comercial en los mecanismos de cambio. Su razonamiento es el siguiente. En un sistema de dinero mercancía, la paridad viene dada por el contenido metálico respectivo de las distintas monedas y el tipo de cambio debe ajustarse a ello. La paridad de las monedas asegura el equilibrio en los flujos de dinero, ya que una vez alcanzado el tipo de cambio adecuado, según nuestro autor, no se producirá ningún movimiento de dinero, ya que no existirá la posibilidad de obtener ganancia alguna del intercambio de monedas o mediante la exportación o importación de especies.
Ahora bien, las monedas inglesas se encuentran subvaloradas: su precio se sitúa por debajo de la paridad y, precisamente por eso, se pueden obtener ganancias exportándolas; eso precisamente explicaría la salida de oro. La salida de oro, por su parte, hace bajar los precios en Inglaterra y los aumenta en el extranjero, con lo que se degradan aún más los términos de intercambio británicos. La gran hipótesis implícita de Malynes es que las funciones de demanda, tanto doméstica como extranjera, son inelásticas a los precios. Por eso puede decir que el resultado será un déficit en el valor de los intercambios de las mercancías que, además, constituye la contrapartida contable de la salida de dinero. Por todo eso, Malynes concluye, "el abuso del tipo de cambio", es decir la sobrevaloración de la moneda inglesa, es la causa del déficit comercial.
Las conclusiones políticas de Malynes se deducen directamente: hay que retornar a un estricto control de cambios, la Office of Royal Exchange debería supervisar todos los intercambios y prohibir las transacciones que no respeten la paridad. Los intereses de los mercaderes y comerciantes deben supeditarse al interés general.
Contra este análisis reaccionarán E. Misselden y T. Mun. Básicamente, estos dos últimos autores invierten el razonamiento de Malynes para rebatirlo; es decir sostienen que son los movimientos comerciales los que causan las variaciones del tipo de cambio y de los flujos monetarios.
Por su parte, Thomas Mun, distingue cuidadosamente entre el balance global y los balances particulares. Los balances particulares con tal o cual país eran en la época objeto de una atención política particular, ya que el equilibrio o el excedente se buscaban y definía para cada socio. Mun, al contrario, insistirá en que lo que realmente importa es el balance global y que no es reprochable que el comercio con tal o cual país sea deficitario, siempre que conduzca a excedentes globales; por ejemplo, esto ocurre cuando se importan materias primas que después de transformadas se reexportan como productos terminados o, incluso, cuando se importa barato para exportar los mismos bienes a mayor precio.
Las conclusiones de Mun se expresan en la forma de una auténtica ley económica: existe una relación causal entre la balanza global y los flujos de metales preciosos: "no entrará ni saldrá un tesoro mayor que el del saldo de la balanza comercial". Mun concluye lógicamente que la parte del stock mundial de metales preciosos en manos de cada país depende de la situación de su balanza comercial y no tanto de que el país tenga minas o colonias.
Las ideas de Misselden y Mun son características de la versión "comercialista" del mercantilismo inglés. No sorprende, entonces, que los dos autores esperen el excedente comercial de la libertad de comercio de las grandes compañías. Esto es, de la libertad para exportar el oro siempre que permita desarrollar los negocios; para importar si eso permite exportar más; para comprar caro en el extranjero si eso permite vender aún más caro a otro país. Esta visión del comercio, dinámica y no solamente contable, es la que corresponde a la actitud de los comerciantes poderosos con mentalidad de conquistadores.


Si para los mercantilistas el dinero es la riqueza, la abundancia de brazos es una forma muy cercana al dinero. Un tesoro y una población importante se presentan a menudo como los dos pilares del poderío nacional. Para Montchrestien, los hombres son incluso el elemento esencial: “de estas grandes riquezas, dice, la más grande es la incomparable abundancia de los hombres”. Pero los mercantilistas también ofrecen matizaciones y precisiones al respecto. En primer lugar, la población no debe sobrepasar la oferta de bienes de subsistencia, como menciona por ejemplo Botero (en Las causas de la grandeza y la magnificencia de la ciudad,  1588). Una población numerosa crea, sin duda, condiciones económicas favorables en el mercado de trabajo debido a su influencia sobre los salarios. Pero también es necesario que tal población encuentre un empleo; en caso contrario se convierte en una carga y un peligro. Son numerosos los mercantilistas que consideran el paro, no sólo como una pérdida de producción potencial, sino como la fuente de hábitos de ociosidad de relajamiento y finalmente de la decadencia de la nación. Para muchos hay que obligar a las personas a trabajar.
El intervencionismo aparece ahora en el mercado de trabajo. Es necesario emplear a la población, pero hay que hacerlo racionalmente. En ese campo, el estado debe “disponer con juicio que cada uno vaya al oficio adecuado”. De ahí la idea de desarrollar la enseñanza, controlar el aprendizaje, reglamentar la organización de los talleres. Para muchos mercantilistas existe sin duda un óptimo de población. Si la población es insuficiente, hay que atraer obreros del extranjero; en caso contrario, hay que estimular la emigración hacia las colonias, lo que además tiene la ventaja de eliminar “mentes calientes” y de crear demanda en el exterior.
En general los mercantilistas no se interesaron demasiado por desarrollar la producción interior. En este caso fue también Montchrestien quien subrayó la importancia de la iniciativa individual, de la búsqueda de beneficios y de la división del trabajo como motores de la economía. También fue él el primero en insistir sobre el papel esencial del progreso técnico. El progreso técnico alivia la carga del trabajo, disminuye los costes hace bajar los precios y, en definitiva, aumenta la productividad. La agricultura es para él, sin duda alguna, la base de la prosperidad, pero el sector privilegiado del progreso técnico es el industrial. En la industria y el comercio los beneficios son mayores que en la agricultura. Finalmente, el progreso técnico influye sobre la organización del mercado; el empresario que innova goza de un monopolio lo que aumenta sus ganancias. Esta situación será modificada por los nuevos productores atraídos por las ganancias excepcionales o por nuevas invenciones. Por primera vez se establece una relación entre innovaciones, beneficios y progreso.

 

4.    IDEAS MERCANTILISTAS SUPERVIVIENTES

En el siglo XX, la mayoría de economistas de ambos lados del Atlántico han llegado a aceptar que en algunas áreas las teorías mercantilistas eran correctas. El más importante ha sido el economista John Maynard Keynes, que explícitamente apoyó algunas de sus teorías.
Adam Smith había rechazado el énfasis que hasta entonces los mercantilistas habían puesto en la cantidad de dinero argumentando que los bienes, la población y las instituciones eran las causas reales de prosperidad. Keynes argumentó que la cantidad de dinero en circulación, la balanza comercial y los tipos de interés tenían una gran importancia en la economía. Este punto de vista fue luego la base del monetarismo, cuyos defensores actualmente rechazan muchas de las teorías económicas keynesianas, pero que se ha desarrollado y es ahora una de las escuelas económicas modernas más importantes. Keynes también hizo notar que el enfoque en los metales preciosos también era razonable en la época en la que se dio (comienzos de la era moderna). En una época anterior al papel moneda, un incremento de los metales preciosos y de las reservas del estado era la única forma de incrementar la cantidad de dinero en circulación.
Adam Smith, por otra parte, también rechazó el énfasis del mercantilismo hacia la producción, argumentando que la única forma de hacer crecer a la economía era a través del consumo (que, a su vez, impulsaba la producción de bienes). Keynes, sin embargo, defendió que la producción era tan importante como el consumo.
Keynes y otros economistas del periodo también retomaron la importancia que tenía la balanza de pagos, y visto que desde la década de los años 30 todas las naciones han controlado las entradas y salidas de capital, la mayoría de los economistas están de acuerdo en que una balanza de pagos positiva es mejor que una negativa para la economía de un país. Keynes también retomó la idea de que el intervencionismo gubernamental es una necesidad económica.
Sin embargo, si bien las teorías económicas de Keynes han tenido un gran impacto, no han tenido tanto éxito sus esfuerzos de rehabilitar la palabra mercantilismo, que a día de hoy sigue teniendo connotaciones negativas y se usa para atacar una serie de políticas proteccionistas. Por otra parte, las similitudes entre el keynesianismo y las ideas de sus sucesores con el mercantilismo a veces han hecho que sus detractores las categorizasen como neomercantilismo.
Un área en la que Smith fue rebatido antes incluso que Keynes fue en la del uso de la información. Los mercantilistas, que eran generalmente mercaderes o funcionarios del gobierno, tenían en sus manos una gran cantidad de datos de primera mano sobre el comercio, y los usaban de forma considerable en sus investigaciones y escritos. William Petty, un mercantilista importante, es a menudo considerado el primer economista en usar un análisis empírico para estudiar la economía. Smith rechazaba este sistema porque entendía que el razonamiento deductivo desde unos principios básicos era el método correcto para descubrir las verdades económicas. Hoy en día, sin embargo, la mayoría de las escuelas económicas aceptan que ambos métodos son importantes (si bien la escuela austriaca supone una notable excepción).
Diversos autores creen que, en instancias específicas, las políticas mercantilistas proteccionistas también han tenido un impacto positivo en el estado que las puso en marcha. Algunos economistas argumentaron que el proteccionismo es bueno para industrias en desarrollo, y que si bien causa algunos daños a corto plazo, puede ser beneficioso a largo (argumento de la industria naciente del alemán Friedrich List).
En cualquier caso, La Riqueza de las Naciones tuvo un profundo impacto en el final del mercantilismo y la adopción posterior de la política de libre mercado. Para 1860 Inglaterra ya había eliminado los últimos vestigios del mercantilismo (por ejemplo, las proteccionistas leyes del grano o corn laws, en gran parte gracias a la Anti-Corn Law League, en 1845). Las regulaciones industriales, los monopolios y los aranceles fueron abolidos en su inmensa mayoría. Convertida en "el taller del mundo", con una industria y una flota mercante con la que nadie podía competir, Inglaterra se convirtió en la gran defensora y propagandista de la política de libre mercado, justo en el momento en que más la beneficiaba, y lo siguió siendo hasta la Primera Guerra Mundial, cuando la segunda revolución industrial le puso delante competidores serios.


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