viernes, 14 de noviembre de 2014

PROBLEMAS ÉTICOS DE LOS NEGOCIOS INTERNACIONALES

 

               CAPÍTULO I                                                                                           

PROBLEMAS ÉTICOS DE LOS NEGOCIOS INTERNACIONALES


1.  DEFINICIÓN: ÉTICA

El término ética se refiere a los principios aceptados sobre lo correcto o incorrecto que rigen el comportamiento de una persona, los miembros de una profesión o las actividades de una organización. La ética de los negocios comprende los principios sobre lo correcto o incorrecto que gobiernan la conducta de los empresarios.

2.  DEFINICIÓN: PROBLEMA ÉTICO

Un problema ético es aquello que no está correcto y que afecta al individuo y a la sociedad. En un sentido amplio es un acontecimiento en el que se plantea una situación posible en el ámbito de la realidad pero conflictiva a nivel moral.

3.  DILEMAS ÉTICOS COMUNES

Muchos de los dilemas éticos de las empresas internacionales se originan en las diferencias significativas de los sistemas políticos, las leyes, el desarrollo económico y la cultura entre diversas naciones. Lo que se considera un uso normal en un país es inmoral en otros.

3.1.Prácticas de empleo

Cuando las condiciones laborales en otra nación son muy inferiores a los que privan en el país de la multinacional, ¿Qué criterios deben aplicarse? ¿Los de la nación de origen, los de la anfitriona o algo intermedio entre ambos? Si algunas naciones en desarrollo son comunes las jornadas de 12 horas, pagos bajísimos  y falta de protección contra sustancias toxicas, ¿significa que es correcto que una multinacional tolere estas condiciones en sus filiales, o que les pase por alto al recurrir a contratistas locales?
Por ejemplo, en los noventa, Nike estuvo en el centro de una tormenta de protestas cuando los noticieros revelaron que las condiciones de trabajo de muchos de sus subcontratos eran muy pobres. Uno de los más polémicos fue el hecho por 48 horas (programa noticioso de la CBS 1996).
El reporte mostro imágenes de jóvenes mujeres vietnamitas que trabajaban para un subcontratista durante seis días a la semana con materiales tóxicos, en condiciones deplorables por tan solo 20 centavos la hora. En el reportaje también se informó que un   salario suficiente para vivir en Vietnam era de por lo menos tres dólares diarios, cifra que no se gana con el subcontratista sin trabajar muchas horas extras. Nike y sus contratistas no infringían las leyes, pero este reportaje, y otros semejantes, plantearon dudas sobre la ética de explotar trabajadores para hacer los  artículos de moda. Será legal, ¿Pero es ético recurrir a subcontratistas que según criterios occidentales explotan a su mano de obra? Los criterios de Nike piensan que no, y la compañía es el centro de una ola de manifestaciones y boicots de consumidores. Estas revelaciones sobre los subcontratistas de Nike obligaron a la compañía a reexaminar  sus prácticas. Cuando la dirección de Nike se dio cuenta de que aun que no rompía ninguna ley, sus prácticas de subcontratación se consideraban inmorales, estableció un código de conducta para  sus subcontratistas e instituyo revisiones anuales para todos ellos, por parte de auditores independientes.
Una buena manera de precaverse de abusos éticos es establecer normas mínimas aceptables de defensa de los derechos básicos y la dignidad de los empleados, investigar periódicamente a las filiales foráneas y los subcontratistas para verificar que cumplan con las normas y aplicar los remedios en caso contrario.

3.2.Derechos Humanos

En las empresas internacionales pueden surgir dudas sobre los derechos humanos básicos, los cuales no se respetan universalmente. Derechos que se dan por sentado en las naciones desarrolladas, como la libertad de asociación, de expresión, de reunión, de movimiento, de ideas políticas, etc.
Uno de los ejemplos más patentes proviene de Sudáfrica en los días del régimen de los blancos y el apartheid, que terminó hasta 1994, el cual negaba los derechos políticos básicos a la mayoría de la población negra, imponía la segregación de blancos y negros, reservaba ciertas ocupaciones para los blancos y prohibía que los negros ocuparan puestos que implicaran supervisar a una persona blanca.
A pesar del abominable sistema, algunas empresas occidentales operaban en ese país. Sin embargo, en la década de 1980 muchos cuestionaron la moralidad de estado de cosas. Afirmaron que la inversión de las multinacionales extranjeras, al fomentar la economía sudafricana, sostenía al régimen represivo del apartheid. Es así que a fines de la década de 1970 varias empresas comenzaron a cambiar sus políticas. General Motors, que tuvo actividades importantes en Sudamérica, se puso a la vanguardia de esta tendencia. La empresa adoptó los que luego le llamaron Principios de Sullivan, por León Sullivan, ministro bautista negro y miembro del consejo directivo de GM. Sullivan razonó que solo era ético que la compañía opera en Sudamérica si se cumplían dos condiciones:
·         Que no obedeciera las leyes de Apartheid en sus operaciones Sudafricanas (una forma de resistencia pasiva).
·         Que hiciera todo lo que estuviese en su poder para promover la derogación de esas leyes.
Otras empresas estadounidenses que operaron en Sudáfrica adoptaron los principios de Sullivan. El gobierno sudafricano pasó por alto la infracción a las leyes de apartheid. Sin embargo, después de 10 años, León Sullivan concluyó que sus principios no eran suficientes para quebrantar el régimen del Apartheid y que cualquier compañía estadounidense, incluso las que se apegaran a dichos principios, no tenía justificación ética alguna para permanecer en Sudáfrica.
En los siguientes años, numerosas compañías retiraron sus inversiones del país, entre ellas Exxon, General Motors, Kodak, IBM y Xerox. Al mismo tiempo, muchos fondos de pensiones estatales declararon que no comprarían acciones de compañías que comercian con Sudáfrica, lo que sirvió para persuadir a otras empresas de que desmantelaran sus operaciones sudafricanas. Estos retiros aunados a la imposición de Sanciones económicas de Estados Unidos y otros gobiernos, contribuyen a la caída del régimen blanco minoritario del Apartheid, y a la celebración de elecciones democráticas en 1994. Así, se dice que la adopción de una postura ética sirvió para mejorar los derechos humanos de Sudáfrica.
A menudo se dice que las inversiones de una multinacional impulsan el progreso económico, político y social, lo que a fin de cuentas fortalece los derechos individuales en los regímenes represivo. Según esta idea, ¿Es ético que una multinacional haga negocios en países que no cuentan con las estructuras democráticas ni los antecedentes de derechos humanos que poseen los países desarrollados? Por ejemplo, a menudo las inversionistas en China se justifican con el argumento de que, si bien el historial de los derechos de los humanos del país es impugnado por los grupos defensores y ahí no existe democracia, los flujos de inversión estimulan el crecimiento económico y elevan la calidad de vida. Al cabo, estos acontecimientos generan presiones del pueblo chino para instituir un gobierno más participativo, pluralismo político y libertad de expresión y de discurso. Pero también se presentan casos particulares como en Myanmar y Nigeria con la empresa Royal Duch/Shell, que agudizan el dilema.

3.3.     Contaminación Ambiental

 Surgen problemas éticos cuando la reglamentación ambiental de las naciones donde se instalan las multinacionales contiene normas oficiales muy inferiores a las de su país de origen. Muchas naciones desarrolladas han expedido minuciosas normas oficiales sobre la emisión de contaminantes, descarga de sustancias toxicas, uso de materiales peligrosos en el trabajo, etc. Por el contrario, con frecuencia muchas naciones en desarrollo carecen de estas normas y, de acuerdo con los críticos, el resultado es que la operación de las multinacionales genera concentraciones de contaminantes mayores de las que se les permite en su país de origen. Por ejemplo, el caso de las petroleras extranjeras en Nigeria. Según un informe de activistas ambientales nigerianos en 1992, en el delta del Níger.
¿Una multinacional debe sentirse libre para contaminar en una nación en desarrollo? Difícilmente puede considerarse ético. ¿Se corre el riesgo de que administradores inmorales trasladen la producción a una nación en desarrollo precisamente porque no se exigen  costosos controles de la contaminación y la compañía tenga la libertad de deteriorar el ambiente y quizá poner en peligro a los habitantes, en el afán de reducir los costos de producción y ganar una ventaja competitiva? ¿Qué es lo correcto, lo moral, en esas circunstancias? ¿Contaminar  en aras de las ganancias económicas o verificar que las filiales extranjeras se apaguen a normas comunes de control de contaminantes?
Algunas partes del ambiente natural son un bien público; no son propiedad de nadie y nadie puede desperdiciarlos, donde quiera que se origine la contaminación, se causan daños a todos. En tales casos, se produce el fenómeno llamado tragedia de los recursos comunes, que ocurre cuando un grupo sobreexplota un recurso que pertenece a todos, pero que no es de nadie, y lo degrada. Garret Hardin acuño el nombre del fenómeno cuando describió un problema del siglo XVI en Inglaterra. Grandes extensiones abiertas,  llamadas tierras comunes, estaban a disposición de todos para llevar a pastar animales. La gente pobre tenía en ellas   a su ganado para completar sus magros ingresos. A todos les convenía meter más y más  cabezas, pero la consecuencia social fue que se introdujeron muchos más animales de los que las tierras podrían sostener. El resultado fue el pastoreo excesivo, la degradación  de los que las tierras comunes y la pérdida del complemento que tanto necesitaban.
En el mundo moderno, las corporaciones contribuyen a la tragedia de las tierras comunes cuando se llevan la producción a lugares donde se sienten en libertad de arrojar los contaminantes a la atmósfera o a mares y ríos, con lo que dañan estos valiosos recursos planetarios. Estas acciones son legales, pero, ¿son éticas?; asimismo, faltan a las naciones básicas de ética y responsabilidad social.

3.4.Corrupción


La corrupción ha sido un problema de casi todas las sociedades de la historia, y todavía lo es. Las empresas internacionales pueden y han ganado ventajas económicas por entregar pagos a tales funcionarios. Un ejemplo clásico es el de un muy conocido incidente de la década de 1970. Carl Kotchian, presidente de Lockheed, entrego 12,5 millones de dólares a agentes y funcionarios del gobierno de Japón para conseguir que Nippon Air hiciera un pedido grande de si Jet TriStar. Cuando se descubrieron los pagos, los funcionarios estadounidenses acusaron a Lockheed de falsificar sus libros y de violaciones fiscales. Aunque se pensaban que estos pagos se consideraban una práctica comercial aceptada en Japón (como una forma muy lujosa de regalos), las revelaciones causaron un escándalo. Los ministros involucrados enfrentaron acusaciones penales. Uno se suicidó. El gobierno cayó en desgracia y los ciudadanos japoneses se sintieron defraudados. Los resultados de la investigación indicaron que eran sobornos a funcionarios corruptos para conseguir un pedido grande que, en otras circunstancias habría sido para otro fabricante, como Boeing.

En estados Unidos, el caso Lockheed impulsó la aprobación en 1977 de la ley de prácticas corruptas en el extranjero. Esta regulación prohibió el pago de sobornos a funcionarios extranjeros para obtener negocios. Algunas empresas sostuvieron que la ley pondría a las campañas Estadounidenses en una desventaja competitiva. La ley se enmendó para dar licitud a los “Pagos de facilitación”. Estos pagos, también llamados “Pagos aceleradores” (Para acelerar burócratas) lo cuales no se destinan a conseguir contratos que de otro modo no estarían seguros, ni tampoco a recibir trato preferenciales. Más bien se hacen con el fin de recibir el trato ordinario que debe recibir una empresa de un gobierno extranjero, pero no tienen que deberse a la obstrucción de un funcionario oficial.

En 1997, los ministros de comercio y Finanzas de los estados miembros de la organización para la cooperación y el desarrollo económicos (OCDE) siguieron el ejemplo de Estados Unidos y adoptaron una Convención Para Combatir El Soborno De Funcionarios Públicos Extranjeros En Las Transacciones Comerciales. La convención, que entro en vigor en 1999, obliga a los estados miembros a tipificar como delito el pago de sobornos a los funcionarios públicos extranjeros. La convención excluye los pagos de facilitación para agilizar las actividades rutinarias del gobierno.

En muchos países, los pagos de los funcionarios del gobierno en forma de aceleradores son parte de la vida cotidiana. Desde el punto de vista práctico, sobornar, aunque sea un mal menor, puede ser el precio necesario por hacer un bien mayor (Si se supone que la inversión generará empleos que antes no existían, y que la práctica no sea ilegal).

·               Varios economistas defienden este razonamiento y aseguran que en contexto de normas engorrosas en los países en desarrollo, la corrupción puede mejorar la eficiencia y estimular el crecimiento. Como parte de su enfoque, sostiene la hipótesis de que un país donde las estructuras políticas distorsionan o limitan el funcionamiento de los mecanismos de mercado, la corrupción, en forma de mercado negro, contrabando y pagos subrepticios a los burócratas para que “aceleren” la aprobación de inversiones puede aumentar el bienestar. Con base de estos argumentos el congreso Estadounidense exceptuó los pagos de facilitación de La Ley De Prácticas Corruptas En El Extranjero.

·               Otros economistas afirman que la corrupción reduce el rendimiento sobre las inversiones de las empresas y deteriora el crecimiento económico. En un país donde la corrupción es común, burócratas improductivos que exigen pagos subrepticios por conceder una licencia a una empresa pueden apropiarse de las ganancias que arrojen las actividades empresariales. Esta práctica reduce el incentivo de las empresas para invertir así como el ritmo de  crecimiento económico de un país. Un estudio de la relación entre corrupción y crecimiento económico de 70 países revela que dichos pagos tenían un significado efecto-negativo en el ritmo de crecimiento de un país.

Finalmente se podría concluir que es difícil generalizar y que la demanda de dinero para acelerar trámites es una verdadera disyuntiva moral. Si, la corrupción es mala, y, si, puede dañar el desarrollo económico de un país; pero también hay casos en que los pagos subrepticios a funcionarios gubernamentales derivan barreras burocráticas a las inversiones que generan puestos de trabajo. Sin embargo, esta postura pragmática pasa por alto que la corrupción corrompe tanto al que da como al que recibe. La corrupción se alimenta sola y en vez que un individuo comprende ese camino, es difícil o imposible dar marcha a otras. Este argumento refuerza la opinión ética de que nunca se debe aceptar la corrupción, por atractivos que parezcan sus beneficios.

 

3.5.Obligaciones Morales

Las corporaciones multinacionales tienen un poder que procede de su control sobre los recursos y su capacidad de trasladar la producción de un país a otro. Aunque este poder está acotado no sólo por leyes y normas, sino también por disciplina del mercado  los procesos competitivos, no deja de ser relevante. Algunos filósofos morales afirman que el poder implica responsabilidad social, para las multinacionales, de dar algo de reciprocidad a las sociedades que prosperan y crecen. El concepto de responsabilidad social se refiere a la idea de que los empresarios deben contemplar las consecuencias sociales de los actos económicos cuando toman decisiones de negocios, y que se deben preferir las decisiones que tienen resultados económicos y sociales positivos. Sin embargo, algunas multinacionales abusan de su poder para sacar ventajas indebidas.

3.6.     Dilemas Éticos

No siempre están bien definidas las obligaciones éticas de una corporación multinacional respecto de las condiciones laborales, derechos humanos, corrupción, contaminación ambiental y el uso del poder, y en ocasiones no hay acuerdos sobre principios éticos aceptados. Desde el punto de vista de una empresa internacional, algunos opinan que lo ético depende de la perspectiva cultural de cada persona. A menudo los administradores enfrentan disyuntivas morales muy reales.
Los dilemas éticos: son situaciones en las que ninguna opción parece aceptable desde el punto moral. Hay dilemas éticos que son complicados y difíciles de contextualizar, y además se fragmentan en secuelas de primero, segundo o tercer orden, lo que complica su cuantificación. De ninguna manera es fácil hacer lo correcto, o siquiera saber que es lo correcto.



CAPÍTULO


1.  ÉTICA PERSONAL

La ética de las empresas va de la mano con la ética personal, que consisten en los principios aceptados de lo correcto y lo incorrecto conforme a los cuales los individuos articulan su conducta. El código de ética personal que guía nuestro proceder proviene de varias fuentes, como la familia, escuela, religión y medios de comunicación. Nuestro código personal ejerce una influencia profunda en nuestro comportamiento como empresarios. Es menos probable que un individuo con un sentido firme de la ética personal se muestre inmoral en un contexto de negocios. De aquí se deduce que el primer paso para inculcar un sentimiento profundo de ética empresarial es que la sociedad insista en una ética personal sólida.
Los administradores de una nacionalidad que trabajan en el extranjero para multinacionales sufren presiones adicionales para faltar a su ética personal. Están lejos de su propio entorno social y la cultura que los abriga; además, también lo están, emocional y geográficamente, de la matriz de su compañía. Quizá se encuentren en una cultura que no confiere el mismo valor a normas éticas importantes en su país de origen, y tal vez están rodeados de empleados locales que ostentan criterios éticos menos rigurosos a veces la matriz presiona a los administradores expatriados para que alcancen metas como realistas solo asequibles si se toman atajos o se actúa inmoralmente.
Por ejemplo, para cumplir las metas de desempeño impuestas desde la matriz, los administradores expatriados pueden sobornar para ganar contratos, o establecer condiciones de trabajo y controles ambientales inferiores o las normas aceptables mínimas. En ocasiones, los administradores locales alimentan a los expatriados para que caigan en esa conducta, de modo que dicha conducta se arraiga y persiste.

 

2.  PROCESOS DE TOMA DE DECISIONES

En muchos estudios del comportamiento antiético en las empresas se concluye que los empresarios no siempre están conscientes de que su conducta no es ética, en particular porque no cuestiona la moralidad de una decisión o un acto. En cambio, aplican sin más un cálculo comercial a la que les parece una decisión empresarial, pero olvidan que esta también puede tener una vertiente importante. La falla radica en procesos que no incorporan consideraciones éticas a la toma de decisiones comerciales.

3.  CULTURA ORGANIZACIONAL

El ambiente de algunas empresas no estimula la reflexión personal sobre las consecuencias éticas de las decisiones comerciales. Esta deficiencia nos lleva a la tercera causa de comportamiento inmoral de las empresas: una cultura organizacional que resta importancia a la ética comercial y reduce todas las decisiones a lo puramente económico. El término cultura organizacional se refiere a los valores y normas que comparten los empleados de una organización. Los valores son ideas abstractas sobre lo que un grupo considera bueno, correcto y deseable, mientras que las normas son las reglas y guías sociales que dictan la conducta propia de cada situación. Así como las sociedades tienen culturas como las tienen las organizaciones sociales, en conjunto valores y normas moldean la cultura de una organización comercial, cultura que ejerce una gran influencia en la ética de la toma de decisiones empresariales.

Robert Bryce explica que la cultura organizacional de la ahora en quiebra multinacional de energía Enron se fundaba en valores que privilegiaban la codicia y el engaño. De acuerdo con Bryce ponían el ejemplo los administradores, que realizaban transacciones personales para enriquecerse ellos y sus familiares. Relató que el ex director ejecutivo de Enron, Kenneth Lay, no dejó, de servir a su familia con la cuchara grande de la empresa. Cuando un auditor interno recomendó que la compañía cambiara de agencia para funcionar mejor, poco tiempo pasó para que lo despidiesen.

En 1997, Enron compró una compañía del hijo de Lay, Marck Lay, que quería establecer una empresa comercializadora de papel y productos de pulpa de papel. En aquella época, Marck Lay y otra compañía que controlaba estaban sometidas a investigaciones de las autoridades federales por quiebra fraudulenta y desfalco. Como parte del trato, Enron firmó con Marck un contrato de tres años como ejecutivo, en cuyo lapso se le garantizaba un pago de por lo menos un millón de dólares más la opción de pronta de alrededor de 20 000 acciones de Enron. Con Kennetn Lay como ejemplo, no sorprende que las transacciones personales se convirtiesen en epidemia en Enron.

4.  EXPECTATIVAS DE DESEMPENO POCO REALISTAS  

La presión de la matriz para que las filiales alcancen metas de desempeño, como realistas, son solo posibles si se toman atajos y se actúa de manera inmoral. Bryce expone este mecanismo en Enron. El director ejecutivo que sucedió a Kenneth Lay, Jeff Skilling, fijó un sistema de evaluación de desempeño que cada seis meses recortaba a 15% de quienes quedaban por debajo de la marca. Así se generó una cultura de “olla de presión” con un enfoque miope en el desempeño de corto plazo. Algunos ejecutivos e intermediarios de energía respondieron a la presión falsificando su desempeño para que pareciera que había rendido más, la lección de la debacle de Enron es que una cultura organizacional puede legitimar una conducta que la sociedad considera inmoral, en particular cuando se combina con metas de desempeño irreales, como maximizar el rendimiento económico de corto plazo a cualquier costo. En estas circunstancias, es más probable que los administradores pasen por alto su ética personal y se conduzcan en forma no ética. En el mismo sentido, la cultura de una organización puede hacer lo contrario y reforzar la necesidad de mostrar un comportamiento ético. Por ejemplo, en Hewlett-Packard, Bill Hewlett y David Packard, fundadores de la compañía, defendieron un conjunto de valores conocidos como “el estilo HP” los que determinan que la forma de hacer negocios en la corporation, tienen un componente ético importante. Destacando la necesidad de confiar y respetar a las personas, la comunicación abierta y el interés por los empleados como individuos.

5.  LIDERAZGO

Los ejemplos de Enron y Hewlett-Packard señalan la quinta causa básica de comportamiento inmoral: Liderazgo. Los líderes contribuyen a fijar la cultura de la organización y ponen el ejemplo para los demás. Con frecuencia, los empleados de la empresa se guían por lo que hacen sus jefes, y si éstos no se comportan de manera ética, ellos tampoco lo harán. Por ejemplo, Enron tiene un código de ética al que Kenneth Lay se refería a menudo, pero sus acciones de enriquecimiento familiar pesaron más que sus palabras.


CAPÍTULO III                                                                                                     ENFOQUES FILOSÓFICOS SOBRE LA ÉTICA


1.  DOCTRINAS AMORALES                                           

Las doctrinas amorales de la ética empresarial son producto de estudiosos de la materia cuyo objetivo primordial es demostrar que ofrecen una guía inadecuada para tomar decisiones éticas en una empresa multinacional. En la bibliografía se suelen abordar cuatro doctrinas: la doctrina Friedman, el relativismo cultural, el moralista recto y el inmoralista inocente. Todos estos enfoques tienen algún valor, pero son muy insatisfactorios. Sin embargo, algunas empresas lo adoptan.

1.1.La doctrina Friedman

En 1970, el economista premio Nobel Milton Friedman escribió un artículo lo que desde entonces se convirtió en una doctrina amoral, que los estudiosos de la ética de los negocios exponen solo para despedazarla.
La postura básica de Friedman es que la única responsabilidad social de las empresas es aumentar las utilidades, siempre que observen la ley. Rechaza explícitamente la idea de que las empresas deban realizar gastos sociales aparte de los que exige la legislación y los que sean necesarios para su buen funcionamiento.
Por ejemplo, sostiene que mejorar las condiciones laborales por encima de la ley, y de lo necesario para aumentar al máximo la productividad de los empleados, reduce las utilidades y por lo tanto no es apropiado. Opina que una empresa debe maximizar sus utilidades por que es la manera de  optimizar los rendimientos que se deben a los dueños de la empresa: sus accionistas. Luego, si los accionistas quieren usar las ganancias para hacer inversiones sociales, en su derecho, pero los administradores no deben tomar esta decisión por ellos.
Aunque Friedman habla más de la responsabilidad social que de ética empresarial como tal, los expertos en esta materia equiparan responsabilidad social con comportamiento ético, y en consecuencia piensan que Friedman también se oponen a la ética en los negocios. Sin embargo, no es del todo cierto que Friedman argumente contra la ética, pues el mismo dice: Hay una, y solo una, responsabilidad social de las empresas: usar sus recursos y dedicarse a las actividades destinadas a aumentar sus utilidades, siempre que respeten las reglas del juego, lo que equivale a entregarse a la competencia abierta y libre, sin engaños ni fraudes.
En otras palabras Friedman afirma que las empresas deben conducirse de manera ética, sin engañar ni cometer fraudes.
Sin embargo, sus argumentos no resisten una investigación seria, sobre todo en el ámbito de los negocios internacionales, en los que ‘‘las reglas del juego’’ no están bien definidas o varían de manera notable entre los países. Volvamos al caso de las fábricas donde se explota la mano de obra. Quizá el trabajo infantil no sea ilegal en un país en desarrollo, y maximizar la productividad no requiera que una empresa  multinacional deje de recurrir a esa mano de obra; pero de todos modos es inmoral explotar el trabajo de loa niños porque contradice ideas muy universales sobre lo correcto. Del mismo modo, tal vez no haya reglas contra la contaminación en un país subdesarrollado, y gastar en controlarla reduzca las utilidades de la empresa, pero, según nociones generales de moralidad, se debe sostener que de todos modos es inmoral arrojar contaminantes tóxicos a ríos o envenenar por aire. Además de las consecuencias de esa contaminación, hay secuelas mundiales por que los contaminantes degradan dos recursos comunes planetarios indispensables para todos: la atmosfera y los mares.

 

1.2.Relativismo cultural

Sostiene la opinión de que la ética no es más que un reflejo de una cultura, y que, por consiguiente, las empresas deben adoptar las normas éticas de la cultura donde operan. Este enfoque se resume en la máxima: “a donde puedes, has lo que vieres”. En su versión más radical, afirman que si una cultura es esclavista, es correcto recurrir a esclavos en ese país. El relativismo cultural rechaza implícitamente nociones universales de moralidad que trasciendan las culturas, cuando, como diremos más adelante, en todas las culturas se encuentran algunas ideas morales comunes.
Algunos especialistas en ética, aunque rechazan el relativismo cultural en su forma más extrema, afirman que de todos modos posee algún valor. Los valores y normas sociales difieren entre las culturas y otro tanto pasa con las costumbres, de lo cual se desprende que ciertas prácticas empresariales son éticas en un país pero no en otro. En efecto, los pagos de facilitación que acepta la Ley de Prácticas Corruptas en el Extranjero pueden verse como la aceptación de que, en algunos países, es necesario hacer estos pagos a los funcionarios del gobierno para cumplir los tramites, y aunque desde el punto de vista ético no es deseable, por lo menos es aceptable.
Ahora bien, no todos los filósofos morales ni todas las compañías están de acuerdo con esta solución pragmática. La experiencia de la petrolera BP indica que las compañías no deben valerse del relativismo cultural para justificar una conducta con bases éticas dudosas, aunque el comportamiento sea legal y aceptado en el país donde la compañía hace sus negocios.

 

1.3.     El moralista virtuoso

Un moralista virtuoso afirma que los criterios éticos del país de origen de una multinacional son los que deben aplicarse en otros países. Este enfoque es característico de los administradores de naciones  desarrolladas. A primera vista parece renovable, pero también pueden crear problemas.
Consideremos el ejemplo siguiente. Un ejecutivo de un banco estadounidense de la sucursal local recomendó que se declararan muchas menos utilidades con objeto de reducir el impuesto sobre la renta. El administrador insistió en que el banco hiciera una declaración exacta de sus utilidades, al estilo de Estados Unidos. Cuando las autoridades fiscales italianas auditaron la empresa, le informaron que debía tres veces más de impuestos de los que pagó, porque el fisco suponía por rutina que todas las empresas reducen dos terceras partes de su declaración. A pesar de sus protestas, no pudo cambiar la nueva cobranza. En este caso, el moralista virtuoso se metió en un problema a causa de las normas culturales prevaleciente en el país donde opera.
La principal crítica al enfoque del moralista virtuoso es que se llega demasiado lejos. Hay ciertos principios morales universales que no deben violarse, pero no siempre se debería de que lo correcto sea adoptar las normas del país de origen.

 

1.4.     El inmoralista inocente

El inmoral inocente asegura que si un administrador de una multinacional se percata de que las empresas de otras naciones no siguen normas éticas en el país anfitrión, él tampoco debe hacerlo. Un ejemplo clásico es el llamado problema del traficante de drogas. En una variante del problema un administrador estadounidense en Colombia paga por rutina a un narcotraficante local para que no ponga una bomba en su planta ni secuestre a ninguno de sus empleados. El administrador explica que estos pagos tienen justificativo ético, porque todos lo hacen.
La objeción es doble. En primer lugar no basta declarar que un acto se justifica porque todos lo hacen. Si las empresas de un país emplean a niños de 12 años y los hacen trabajar 10 horas diarias, desde el punto de vista moral no está bien. No tiene que acatar las prácticas locales y puede decidir no invertir en un país donde son tan abominables.
En segundo lugar, la multinacional debe aceptar que tiene capacidad una práctica común de un país. Puede ejercer su poder con una finalidad moral positiva.
Volviendo al traficante podría argumentarse que los pagos tienen una justificación ética, no porque todos los hagan, sino porque no hacerlo causaría un daño mayor (es decir, si el narcotraficante no cobra nada, mataría y secuestraria a los empleados de la empresa), Otra solución es negarse a invertir en un país donde el imperio de la ley es tan débil que los delincuentes exigen dinero a cambio de protección. Sin embargo, esta solución tampoco es perfecta, porque se niega a los cuidados obedientes de la ley los beneficios de las inversiones de la multinacional (es decir, puestos de trabajo, ingresos, crecimiento económico). Es obvio que el problema del traficante de drogas constituye una de esas inabordables disyuntivas morales para las que no hay una solución correcta obvia, y los administradores necesitan una guía moral para encontrar una salida aceptable.

2.  ÉTICA UTILITARIA Y  KANTIANA

Estos enfoques se establecieron en los siglos XVIII y XIX, y, aunque han sido superados por doctrinas modernas también forman parte de la tradición sobre la que ésta se asienta.

2.1.     Utilitarismo

El utilitarismo en la ética de los negocios se remonta a filósofos como David Hume (1711-1776), Jeremy Bentham (1784.1832) y John Stuart Mill (1806-1873). El utilitarismo sostiene que la valía moral de actos o prácticas se determina por sus consecuencias. Un acto es deseable si lleva el mejor equilibrio de buenas consecuencias sobre las malas. El utilitarismo se dirige a la maximización del bien y la minimización del daño. Reconoce que los actos tienen múltiples consecuencias, algunas buenas en el sentido social y otras nocivas, Como filosofía de la ética empresarial, centra la atención en la necesidad de ponderar con cuidado todos los costos y beneficios sociales de una acción comercial, y empeñarse solo en las acciones cuyo beneficios superan a los costos. Las mejores decisiones, desde el punto de vista utilitario, son las que producen el mayor bien para el mayor número de personas.
Muchas empresas adoptan herramientas concretas, como análisis de costo y beneficio, y evaluación de riesgos, con una base sólida en el utilitarismo. Los administradores acostumbran ponderar los beneficios y costos de una acción antes de emprenderla. Una compañía petrolera que piensa perforar en una reserva de la fauna tiene que ponderar las ventajas económicas de aumentar la producción de petróleo y la generación de puestos de trabajo contra los costos de la degradación de un ecosistema frágil.
Con todo su atractivo, el utilitarismo tiene graves inconvenientes como enfoque de la ética empresarial. Un problema es la medición de beneficios, costos y riesgos de una acción antes de emprenderlas. En el caso de la petrolera que estudia perforaciones ¿Cómo medir el daño potencial al ecosistema de la región? En general, los filósofos utilitaristas aceptan que no siempre es posible medir los beneficios, costos y riesgos, en principio por falta de conocimientos.
El segundo problema del utilitarismo es que no considera a la justicia. El acto que produce el mayor bien para el mayor número de personas puede provocar una situación injusta de una minoría. Tal acto no puede ser ético, precisamente porque es injusto. Por ejemplo, supongamos que con el interés de mantener bajos los costos de los seguros médicos, el gobierno decide examinar a las personas para saber si tienen SIDA y negar la cobertura a los cero positivos. Al reducir los costos de la atención médica, este acto traerá grandes beneficios a un gran número de personas, pero se trataría de un acto injusto porque discriminaría sin razón a una minoría.

2.2.     Ética Kantiana

 La ética kantiana se basa en la filosofía de Immaunel Kant (1724-11804). Sostiene que las personas sostienen deben ser tratadas como fines y no puramente como medios para los fines de otros. Las personas no son instrumentos, como las maquinas. Tienen dignidad, y quieren que las respeten como tales. Explotar a la gente en el trabajo, obligarla a laborar muchas horas por poco sueldo y malas condiciones, es una falta de ética porque de acuerdo con la filosofía kantiana trata a las personas como los engranes de una máquina y no como seres morales conscientes que tienen dignidad. Aunque los filósofos morales contemporáneos consideran incompleta la ética kantiana (por ejemplo, el sistema no deja lugar para las emociones ni sentimientos morales, como la simpatía o el interés por  los demás), aún resuena en el mundo moderno la noción de que debe respetarse a la genta y tratarla con dignidad.

3.  TEORIAS DE LOS DERECHOS

 En el siglo XX aparecieron las teorías de los derechos, que afirman que los seres humanos tenemos derechos y privilegios esenciales que transcienden culturas y fronteras nacionales. Los derechos establecen la mínima conducta moral aceptable. Una definición común de derecho fundamental lo define como aquel que tiene la prescindencia sobre el bien colectivo. Así, diríamos que el derecho a la libertad de expresión es un derecho fundamental que tiene precedencia sobre el interés del Estado en la  armonía civil o el consenso moral. Los teóricos de la moral afirman que los derechos humanos esenciales forman la base de la guía moral con que deben conducirse los administradores cuando toman decisiones que tienen un componente ético. Más precisamente, no deben realizar actos que lesionen estos derechos.
La idea de que hay derechos fundamentales que trascienden  las culturas y las fronteras nacionales fue el estímulo básico de la Declaración Universal de los Derechos Humanos de la Organización de las Naciones Unidas, firmada por casi todos los países del planeta y que sienta principios básicos que deben acatarse siempre, sin que importe la cultura en la que se opere. Al secundar la ética kantiana, en el artículo I de la declaración se afirma:
Art. 1
Todos los seres humanos naces libres e iguales en dignidad y derechos y, dotados como están de razón y conciencia, deben comportarse fraternalmente los unos con los otros.}
En el artículo 23 de la declaración que se refiere al trabajo,  se lee:
1.   Toda persona tiene derecho al trabajo a la libre elección de su trabajo, a condiciones equitativas y satisfactorias de trabajo y a la protección contra el desempleo.
2.   Toda persona tiene derecho, sin discriminación alguna, a igual salario por trabajo igual.
3.   Todo persona que trabaja tiene derecho a una remuneración equitativa y satisfactoria, que le asegure, así como a su  familia, una existencia conforme a la dignidad humana y que  será completada en caso necesario, por cualesquiera otros medios de protección social
4.   Toda persona tiene derecho a fundar sindicatos y a sindicarse para la defensa de sus derechos.
Lo que implican que es inmoral recurrir al trabajo infantil en las fábricas de explotación laboral y pagar menos que el salario de subsistencia, aunque sea una práctica común en algún país. Son derechos humanos fundamentales que trascienden las fronteras nacionales.
Es importante advertir que junto con los derechos surgen las obligaciones. Como tenemos el derecho a la libre expresión, también estamos obligados a respetar la libre expresión de los demás. La noción de que las personas tienen obligaciones se anuncia en el artículo 29 de la Declaración Universal de los Derechos Humanos:
Art. 29: Toda persona tiene deberes respecto a la comunidad, puesto que solo en ella puede desarrollar libre y plenamente su personalidad.
En el contexto de una teoría de los derechos, algunas personas o instituciones están obligadas a dar prestaciones o servicios que resguarden los derechos de los demás. Estas obligaciones recaen también en más de una clase de agente morales (un agente moral es toda persona o institución capaz de realizar actos morales, como un gobierno o corporación).

 

4.  TEORIAS DE LA JUSTICIA

Las teorías de la justicia pretenden lograr una distribución justa de los bienes y servicios económicos. Una distribución justa es la que se considera imparcial y equitativa. No hay una sola teoría de la justicia, y las que hay se contradicen en varios aspectos importantes. Aquí nos concentraremos en una teoría en particular, que además de ejercer mucha influencia, tiene indicaciones éticas relevantes. Se trata de la teoría del filósofo John Rawls, quien argumenta que todos los bienes y servicios económicos deben distribuirse de manera equitativa, excepto cuando tal distribución redunde en una ventaja para alguien.
Según Rawls, los principios validos de la justicia son aquellos con las que todas las personas estarían de acuerdo si considerasen la situación con libertad e imparcialidad. La imparcialidad se garantiza con un medio conceptual que Rawls llama el velo de ignorancia. Debajo del velo se imagina a todos ignorantes de características personales, como raza, sexo, inteligencia, nacionalidad, origen familiar y talentos especiales. A continuación, se pregunta qué sistema diseñaría la gente bajo un velo de ignorancia. En estas condiciones, la gente estaría unánimemente de acuerdo en dos principios fundamentales de justicia.
El primero es que a cada persona debe permitírsele la mayor libertad básica compatible con una libertad semejante para los demás. Rawls considera que este conjunto de derechos comprende la libertad política (por ejemplo, el derecho al voto), la libertad de expresión y de reunión, libertad de conciencia y de pensamiento, libertad y derecho a la propiedad personal, y garantía contra detenciones y arrestos arbitrarios.
El segundo principio es que cuando se garantiza la igualdad de las libertades básicas puede permitirse la desigualdad en la posesión de los bienes sociales básicos (como el ingreso, la distribución de la riqueza y las oportunidades) solo si beneficia a todos. Rawls acepta que las desigualdades pueden ser funcionales si el sistema las produce para ventaja de todos. Más en concreto, formula lo que llama el principio de la diferencia, que consiste en que las desigualdades se justifican si benefician la posición de menos aventajados. Así, por ejemplo las grandes variaciones en ingreso y riqueza se pueden considerar justas si el sistema de mercado que produce esta distribución desigual también beneficia a los miembros menos favorecidos de la sociedad. Cabe argumentar que eso es justamente lo que hace una economía de mercado bien regulado y de libre comercio cuando promueve el crecimiento económico. Por lo menos en principio las desigualdades inherentes a ese sistema son, entonces, justas (en otras palabras, la pleamar del aumento de la riqueza que genera una economía de libre mercado y comercio levanta todas las embarcaciones, aun las más deterioradas).
En el contexto de los negocios internacionales, la teoría de Rawls adopta una perspectiva interesante. Los administradores deben preguntarse si las políticas que adoptan en sus operaciones en el extranjero se deben considerar justa tras el velo de ignorancia. Por ejemplo, ¿Es justo pagar a los trabajadores de otro país menos que a los de la patria de la empresa? De la teoría de Rawls se desprende que si lo es, siempre que la desigualdad beneficie a los miembros menos aventajados de la sociedad mundial (que es lo que indica la teoría económica). De otro modo, es difícil imaginar que los administradores bajo el velo de ignorancia puedan diseñar un sistema en el que se pague a los empleados extranjeros sueldo de subsistencia a cambio de largas horas en condiciones de explotación y exposición a materiales tóxicos. Según la teoría de Rawls estas condiciones trabajo son injustas y, por lo tanto, es inmoral aceptarlo. Del mismo modo, bajo el velo de ignorancia, la mayoría de la gente diseñaría un sistema que confiriera cierta protección contra la degradación ambiental de los recursos comunes planetarios, como los mares, la atmosfera y los bosques tropicales. En la medida en que esta degradación se produzca, se deduce que es injusta y por extensión, inmoral, que los actos de las compañías contribuyan al deterioro de los recursos comunes.
 Por todo ello el velo de ignorancia de Rawls es una herramienta conceptual que aporta una guía moral a los administradores para superar problemas morales complejos.








NEGOCIOINTERNACIONALES: COMPETENCIA EN EL MERCADO GLOBAL. HILL, Charles W. L.. Editorial: Mc Graw-Hill. 













EL MERCANTILISMO COMO PROCESO ECONÓMICO



INTRODUCCIÓN




El mercantilismo es el sistema económico llevado a cabo por algunos estados europeos que otorgaba una gran importancia al comercio, especialmente la exportación, permitía la intervención del estado para controlarlo y valoraba la riqueza de un país según la cantidad de metales preciosos que poseyera, se desarrolló en los ss. xvi y xvii como consecuencia de los descubrimientos de las minas de oro y plata en América. 
La época mercantilista comenzó con el hecho histórico que señala la iniciación de los tiempos modernos: la toma de Constantinopla, la antigua Bizancio, por los turcos en 1453, y se cierra con la fecha de la aparición de los primeros escritos de Quesnay a mediados del siglo XVIII, esto en 1750.
Aunque en fines del siglo XIV y principios del siglo XV se comenzaba a hablar de ideas mercantilistas, lo que en realidad se presentaba en esa época era el metalismo (bullionismo) que consistía en la acumulación de metales preciosos (monedas o lingotes) como única riqueza posible, el cual es considerado como un mercantilismo arcaico.
Es entonces hasta el siglo XVII que aparece el mercantilismo como una doctrina económica y política propiamente dicha.
En este trabajo se presenta ideas relevantes acerca de este tema y como sus ideas han servido de base para el surgimiento de otras escuelas.





CAPÍTULO I

EL MERCANTILISMO: DISPOSICIONES GENERALES



El término fue acuñado por Victor Riquetti, Marqués de Mirabeau en 1763, y fue popularizado por Adam Smith en 1776.La palabra procede de la palabra latina mercāri 'comprar, adquirir, comerciar'; de la que deriva, el término mercantil, en el sentido de llevar a cabo un negocio. Fue utilizada inicialmente sólo por los críticos a esta teoría, tales como Mirabeau y Smith, pero pronto fue adoptada por los historiadores.

Se denomina mercantilismo a un conjunto de ideas políticas o ideas económicas de gran pragmatismo que se desarrollaron durante los siglos XVI, XVII y la primera mitad del siglo XVIII en Europa, caracterizado por una fuerte intervención del Estado en la economía, coincidente con el desarrollo del Absolutismo monárquico.


Consistió en una serie de medidas que se centraron en tres ámbitos: Las relaciones entre el poder político y la actividad económica; la intervención del Estado en esta última; y el control de la moneda. Así, tendieron a la regulación estatal de la economía, la unificación del mercado interno, el crecimiento de población, el aumento de la producción propia -controlando recursos naturales y mercados exteriores e interiores, protegiendo la producción local de la competencia extranjera, subsidiando empresas privadas y creando monopolios privilegiados-, la imposición de aranceles a los productos extranjeros y el incremento de la oferta monetaria -mediante la prohibición de exportar metales preciosos y la acuñación inflacionaria-, siempre con vistas a la multiplicación de los ingresos fiscales. Estas actuaciones tuvieron como finalidad última la formación de Estados-nación lo más fuertes posible.

Considera que la prosperidad de una nación-estado depende del capital que pueda tener, y que el volumen global de comercio mundial es inalterable. El capital, que está representado por los metales preciosos que el estado tiene en su poder, se incrementa sobre todo mediante una balanza comercial positiva con otras naciones. El mercantilismo sugiere que el gobierno dirigente de una nación debería buscar la consecución de esos objetivos mediante una política proteccionista sobre su economía, favoreciendo la exportación y desfavoreciendo la importación, sobre todo mediante la imposición de aranceles. La política económica basada en estas ideas a veces recibe el nombre de sistema mercantilista.

El mercantilismo como tal no es una corriente de pensamiento. Marca el final de la preeminencia de la ideología económica del cristianismo (la crematística), inspirada en Aristóteles y Platón, que rechazaba la acumulación de riquezas y los préstamos con interés (vinculados al pecado de usura). Esta nueva corriente económica surgió en una época en la que las monarquías deseaban disponer del máximo dinero posible para sus cuantiosos gastos. Las teorías mercantilistas buscaban satisfacer esa demanda, y desarrollaron una dialéctica basada en el enriquecimiento. Esta corriente se basaba en un sistema de análisis de los flujos económicos muy simplificado en el que, por ejemplo, no se tenía en cuenta el papel que desempeñaba el sistema social.
Fue la teoría predominante a lo largo de toda la Edad Moderna (desde el siglo XVI hasta el XVIII), época que aproximadamente indica el surgimiento de la idea del Estado Nación y la formación económico social conocida como Antiguo Régimen en Europa Occidental. En el ámbito nacional, el mercantilismo llevó a los primeros casos de intervención y significativo control gubernativo sobre la economía, y fue en este periodo en el que se fue estableciendo gran parte del sistema capitalista moderno. Internacionalmente, el mercantilismo sirvió indirectamente para impulsar muchas de las guerras europeas del periodo, y sirvió como causa y fundamento del imperialismo europeo, dado que las grandes potencias de Europa luchaban por el control de los mercados disponibles en el mundo.
Como agente unificador tendente a la creación de un estado nacional soberano, el mercantilismo tuvo en contra dos fuerzas: Una, más espiritual-jurídica que política-económica, fueron los poderes universales: la Iglesia y el Imperio, la otra, de carácter predominantemente económico fue el particularismo local, con la dificultad que produce a las comunicaciones y la pervivencia de la economía natural (en determinadas zonas los ingresos del estado eran en especie y no en dinero); mientras que la pretensión mercantilista es que el mercado cerrado sea sustituido por el mercado nacional y las mercancías como medida de valor y medio de cambio sean remplazadas por el oro.
 A lo largo de este periodo durante el cual las hipótesis evolucionaron, aparece una literatura compleja, que da idea de que existe una corriente vagamente unificada. En el Siglo XIX, se extenderá por la mayoría de las naciones europeas, adaptándose a las características nacionales.
Entre las escuelas mercantilistas se distingue: el bullionismo (o «mercantilismo español») que propugna la acumulación de metales preciosos; el colbertismo (o «mercantilismo francés») que por su parte se inclina hacia la industrialización; y el comercialismo (o «mercantilismo británico») que ve en el comercio exterior la fuente de la riqueza de un país.
A partir de esa época, las cuestiones económicas dejan de pertenecer a los teólogos. La Edad Moderna marca un giro con la progresiva autonomía de la economía frente a la moral y la religión así como frente a la política. Esta enorme ruptura se realizará por medio de consejeros de los gobernantes y por los comerciantes.  Entre los muchos autores mercantilistas, hay que destacar a Martín de Azpilicueta (1492-1586), Tomás de Mercado (1525-1575),Jean Bodin (15301596), Antoine de Montchrétien (15761621), o William Petty (16231687).
La confianza en el mercantilismo comenzó a decaer a finales del siglo XVIII, momento en el que las teorías de Adam Smith y de otros economistas clásicos fueron ganando favor en el Imperio Británico, y en menor grado en el resto de Europa. Adam Smith, que lo critica con dureza en su obra titulada Una investigación sobre la naturaleza y causas de la riqueza de las naciones (conocida comúnmente como La riqueza de las naciones), califica el mercantilismo como una «economía al servicio del Príncipe».
Hoy en día la teoría del mercantilismo es rechazada por la mayoría de los economistas, si bien algunos de sus elementos en ocasiones son vistos de forma positiva por algunos, entre los cuales cabe citar a Ravi Batra, Pat Choate, Eammon Fingleton, o Michael Lind.







CAPÍTULO II

EL MERCANTILISMO COMO PROCESO ECONÓMICO

 

1.    EL MERCANTILISMO COMO CONJUNTO DE IDEAS ECONÓMICAS

El mercantilismo en sí no puede ser considerado como una teoría unificada de economía. En realidad no hubo escritores mercantilistas que presentasen un esquema general de lo que sería una economía ideal, tal y como Adam Smith haría más adelante para la economía clásica. En su lugar, el escritor mercantilista tendía a enfocar su atención en un área específica de la economía. Sería después del periodo mercantilista cuando los estudiosos que vinieron posteriormente integrasen las diversas ideas en lo que llamarían mercantilismo, como por ejemplo Eli F. Heckscher que ve en los escritos de la época a la vez un sistema de poder político, un sistema de reglamentación de la actividad económica, un sistema proteccionista y también un sistema monetario con la teoría de la balanza comercial.

Hasta cierto punto, la doctrina mercantilista en sí misma hacía imposible que existiese una teoría general económica. Los mercantilistas veían el sistema económico como un juego de suma cero, en donde la ganancia de una de las partes suponía la pérdida de otra, o siguiendo la famosa máxima de Jean Bodin «no hay nada que alguien gane que otro no pierda» (Los Seis libros de la República). Por tanto, cualquier sistema de políticas que beneficiasen a un grupo por definición también harían daño a otro u otros, y no existía la posibilidad de que la economía fuese empleada para maximizar la riqueza común, o el bien común.
El mercantilismo es, por tanto, una doctrina o política económica que aparece en un periodo intervencionista y describe un credo económico que prevaleció en la época de nacimiento del capitalismo, antes de la Revolución industrial.
Las primeras teorías mercantilistas desarrolladas a principios del Siglo XVI estuvieron marcadas por el bullionismo (del inglés bullion: oro en lingotes). A ese respecto, Adam Smith escribía:
La doble función que cumple el Dinero, como instrumento de comercio y como medida de los valores, ha hecho que se produzca de modo natural esa idea popular de que el Dinero hace la riqueza, o que la riqueza consiste en la abundancia de oro y plata […]. Se razona de la misma manera con respecto a un país. Un país rico es aquél en el que abunda el dinero, y el medio más sencillo de enriquecer el suyo, es amasar el oro y la plata […]. Debido al creciente éxito de estas ideas, las diferentes naciones de Europa se han dedicado, aunque sin demasiado éxito, a buscar y acumular oro y plata de todas las maneras posibles. España y Portugal, poseedores de las principales minas que proveen a Europa de esos metales, han prohibido su exportación amenazando con graves represalias, o la han sometido a enormes tasas.
Durante ese periodo, importantes cantidades de oro y plata fluían desde las colonias españolas del Nuevo Mundo hacia Europa. Para los escritores bullionistas, como Jean Bodin o Thomas Gresham, la riqueza y el poder del Estado se miden por la cantidad de oro que poseen. Cada nación debe pues acrecentar sus reservas de oro a expensas de las demás naciones para hacer crecer su poder.
La prosperidad de un Estado se mide, según los bullionistas, por la riqueza acumulada por el gobierno, sin mencionar la Renta Nacional. Este interés hacia las reservas de oro y plata se explica en parte por la importancia de esas materias primas en tiempos de guerra. Si un Estado exportaba más de lo que importaba, su «balanza del comercio» era excedentaria, lo que se traducía en una entrada neta de dinero.
Esto llevó a los mercantilistas a proponer como objetivo económico el tener un excedente comercial. Se prohibía estrictamente la exportación de oro. Los bullionistas también eran partidarios de poner en marcha altas tasas de interés para animar a los inversores a invertir su dinero en el país.
En el Siglo XVIII se desarrolló una versión más elaborada de las ideas mercantilistas, y que rechazaba la visión simplista del bullionismo. Esos escritores, como Thomas Mun, situaban como principal objetivo el crecimiento de la riqueza nacional, y aunque seguía considerando que el oro era la riqueza principal, admitían que existían otras fuentes de riqueza, como las mercancías.
« no es la gran cantidad de oro y plata lo que constituye la verdadera riqueza de un Estado, ya que en el mundo hay Países muy grandes que cuentan con abundancia de oro y plata, y que no se encuentran más cómodos, ni son más felices […]. La verdadera riqueza de un Reino consiste en la abundancia de las Mercancías, cuyo uso es tan necesario para el sostenimiento de la vida de los hombres, que no pueden pasarse de ellas»
El objetivo de una balanza comercial excedentaria seguía persiguiéndose pero desde ese momento se veía interesante importar mercancías de Asia por medio de oro para revender luego esos bienes en el mercado europeo con importantes beneficios.
Esta nueva visión rechazaba a partir de ese momento la exportación de materias primas, que una vez transformadas en bienes finales constituían una importante fuente de riqueza.
Al necesitar las industrias importantes capitales, en el Siglo XVIII se vio una reducción de las limitaciones contra la usura. Como muy bien demostró William Petty, la tasa de interés se ve como una compensación por las molestias ocasionadas al prestador al quedar sin liquidez.
Las consecuencias en materia de política interior de las teorías mercantilistas estaban mucho más fragmentadas que sus aspectos de política comercial. Mientras Adam Smith decía que el mercantilismo apelaba a controles muy estrictos de la economía, los mercantilistas no estaban de acuerdo entre sí. Algunos propugnaban la creación de monopolios y otras cartas patentes. Pero otros criticaban el riesgo de corrupción y de ineficacia de tales sistemas. Muchos mercantilistas también reconocían que la instauración de cuotas y de control de precios propiciaba el mercado negro.
En cambio, la mayor parte de los teóricos mercantilistas estaban de acuerdo en la opresión económica de los trabajadores y agricultores que debían vivir con unos ingresos cercanos al nivel de supervivencia, para maximizar la producción. Unos mayores ingresos, tiempo libre suplementario o una mejor educación de esas poblaciones contribuirían a favorecer la holgazanería y perjudicarían la economía.
Esos pensadores veían una doble ventaja en el hecho de disponer de abundante mano de obra: las industrias que se desarrollaban en esa época precisaban de mucha mano de obra y además eso reforzaba el potencial militar del país. Los salarios se mantienen pues a un bajo nivel para incitar a trabajar. Las leyes de pobres (Poor Laws) en Inglaterra persiguen a los vagabundos y hacen obligatorio el trabajo. El ministro Colbert hará trabajar a niños con seis años en las manufacturas de Estado.

2.    EL MERCANTILISMO COMO PROCESO ECONÓMICO

Dentro de la doctrina económica mercantilista emergieron, de manera natural, tres cuestiones fundamentales que generaba esta lucrativa actividad comercial:
·     El monopolio de exportación.
·     El problema de los cambios y su derivación.
·     El problema de la balanza comercial.
En la obra The Circle of Commerce (El círculo del comercio, 1623), Edward Misselden desarrolló un concepto de balanza comercial expresado en términos de débitos y créditos, presentando el cálculo de la balanza comercial para Inglaterra desde el día de navidad del año 1621 hasta la de 1622.
La idea mercantilista de «balanza de comercio multilateral» corresponde a la actual noción de «balanza de pagos» y se compone de cinco cuentas (Cuadro 01)

Como hemos visto el dinero es el concepto central de las reflexiones mercantilistas. Si hay una recomendación clara de política económica esta es la de acumular la mayor cantidad de metales preciosos mediante la consecución de saldos favorables en los intercambios exteriores. A partir de esa premisa, se puede deducir fácilmente de las relaciones entre el dinero, el tipo de cambio y la balanza de pagos. Además de estas relaciones también haremos mención en este apartado a algunos temas menores sobre la población, el trabajo y la industria.


El dinero de la época mercantilista es el dinero-mercancía; es decir, está constituido por metales preciosos marcados, en forma de lingotes o monedas marcadas con un sello que, en principio, garantiza su peso en oro o en plata. Para ordenar la discusión sobre la relación entre “la riqueza de una nación” y el dinero, planteemos para empezar una cuestión básica: ¿Es el dinero, para los mercantilistas, sinónimo de riqueza? Sin lugar a dudas los primeros mercantilistas darían a esta pregunta una respuesta afirmativa. Los mercantilistas llamados bullionistas principalmente españoles y portugueses de la mitad del siglo XVI, se proponen como ambición exclusiva la acumulación y conservación de los metales preciosos en el reino. A ellos les parecía que el valor intrínseco del oro y de la plata, así como su carácter imperecedero, convertían a los metales preciosos en la esencia misma de la riqueza. Por eso proponen entre otras medidas, la prohibición de exportar el oro y la plata, el cobro de sobretasas de cambio para las monedas extranjeras, la obligación de pagar las importaciones de bienes en mercancías y no en metales preciosos, la obligación de repatriar las ganancias obtenidas en el extranjero, etc. Todo un conjunto de medidas artificiales, autoritarias, burocráticas e ineficaces.
 Pero, ¿Por qué razón dinero es sinónimo de riqueza? La respuesta de los primeros autores mercantilistas, es simple: el dinero es riqueza porque es poder de compra. De ahí a pensar que son los bienes y no el dinero, los que constituyen la verdadera riqueza no hay más que un paso que algunos darían varios años después.

El dinero, o los metales preciosos, poseen ventajas indudables; encontrando el reconocimiento explícito de las tres funciones clásicas del dinero: Unidad de cuenta, instrumento de cambio y reserva de valor; son precisamente la segunda y fundamentalmente la tercera de estas funciones las que permiten aproximar hasta confundir en los mismo el dinero y la riqueza.
Además los metales preciosos son absolutamente indispensables para arreglar los saldos del comercio exterior. Por ello, Tomas Mun insistirá sobre la necesidad de detentar metales preciosos para las necesidades de los intercambios internacionales. Por la misma razón, el comercio interior debería servir para economizar encajes monetarios y, según Mun dentro del país el papel del dinero lo puede cumplir adecuadamente los billetes a la orden y las letras de cambio.

Finalmente para muchos mercantilistas, el dinero es la vida y alma del negocio. Esta idea, extendida en la literatura sin una justificación teórica clara, se apoya en consideraciones intuitivas que reflejan las preocupaciones de los mercaderes. Con frecuencia tal metáfora sirve para identificar dinero y capital; una falacia comprensible cuando la prosperidad pasa por el comercio. Asi,  abundancia monetaria significa también abundancia de capital para prestar y tomar prestado, para la financiación de las ventas y las compras y para permitir que los negociantes asuman mayores riesgos. Así, unos medios de pago abundantes hacen más fácil la expansión del mercado, mejoran las oportunidades de negocio y las posibilidades de obtener beneficios. ¿Qué otra cosa puede pedir un comerciante? así se explica también el miedo a una falta de liquidez que también constituye una constante del pensamiento mercantilista.

De todas formas, como no podía ser de otro modo, pasado el periodo bullionista empezaron a aparecer numerosas matizaciones. Algunos autores distinguieron muy pronto entre el valor comercial y el valor legal del dinero. Sin duda alguna, el príncipe puede caer en l atentación de multiplicar las monedas, los soles y los escudos, disminuyendo su contenido metálico. En el siglo XVII, muchos mercantilistas se opusieron a estas manipulaciones y sostuvieron que el valor comercial y el valor legal del dinero deberían coincidir. Las razones para ello son diversas.

En primer lugar, como enunciaba la ley de Gresham “La mala moneda desplaza a la buena”. Una vez que sea posible distinguir entre la mala y la buena moneda, se preferirían las primeras para realizar los pagos y las segundas para el ahorro.
En segundo lugar, la manipulación monetaria solo es un recurso temporal para aliviar las finanzas públicas. En un primer momento, el príncipe aumentará sus ingresos a corto plazo retirando la “buena moneda” y poniendo en su lugar moneda depreciada. Pero, más temprano que tarde, los súbditos tendrán la ocasión de devolverle la “mala moneda” (pago de impuestos).

Por último, si el tipo de cambio no se ajusta al contenido metálico, los comerciantes extranjeros rechazaran las monedas depreciadas como medio de pago. I, como consecuencia de lo anterior, el tipo de cambio se deprecia, de ello resultara un aumento de los precios de los bienes importados y, eventualmente, una salida de oro del país.



La historia económica de la Europa del siglo XVI está marcada, al mismo tiempo, por la entrada de grandes cantidades de oro y plata provenientes del Nuevo Mundo, y por el aumento sostenido de los precios. A Jean Bodin le corresponde el mérito de haber relacionado por primera vez ambos fenómenos y, más concretamente, de haber identificado el primero como la causa del segundo. En los albores del siglo XVI, por razones obvias, los aumentos de precios se producen primero en España y con el tiempo se harán notar en Francia donde la inflación se acelera hacia 1550 y se dura hasta 1690. Todo esto coincide con otro hecho importante: en Europa circulan muchas monedas de dudoso valor. Esto servirá para complicar el diagnóstico sobre la verdaderas causas de la inflación; problema en el que se centrará una de las primeras controversias económicas.
En 1563 la Chambre de Comptes de París, movida por el deseo de averiguar las causas del aumento sostenido de los precios, encarga a uno de sus miembros, M. de Malestroit, la elaboración de un informe que será publicado con el título de Les Paradoxes sur le faict des Monnoyes (1563). ¿Cuáles son las paradojas de Malestroit? En primer lugar, la inflación que a todos parece algo tan evidente es, para el autor del informe, algo completamente ilusorio. Según Malestroit, la pérdida de poder adquisitivo del dinero en circulación es completamente imputable a la disminución del contenido metálico de la unidad de cuenta.  Este autor se empeña en demostrar que, aunque los precios nominales aumenten, la relación de intercambio entre cada uno de los bienes y el oro y la plata, ha permanecido estable. De modo que la "carestía" sería una ilusión: efectivamente quien compra da más escudos, soles o libras a cambio de los mismos bienes, pero no da más oro o plata. Malestroit concluye entonces que, para evitar esta inflación de unidades de cuenta, lo único que hace falta es aplicar la ortodoxia monetaria de la época manteniendo constante el contenido metálico de las monedas. Malestroit subraya, con su segunda paradoja, que aferrarse a los valores nominales sin tener en cuenta el contenido metálico de las monedas es arriesgarse a sufrir pérdidas de capital; él piensa, con razón, que el rey que percibe sus ingresos en monedas depreciadas no recibe por lo tanto la misma cantidad de oro y de plata que sus predecesores.
Jean Bodin contestará a tales ideas en su Response aux Paradoxes de M. de Malestroit (1568). Su crítica es, en primer lugar, empírica y, a continuación, teórica. Según las cifras de Bodin, El aumento de los precios de los bienes esenciales (el trigo, la tierra, las viñas, las frutas, etc) es muy superior a la depreciación de las monedas. La inflación no es entonces solamente "nominal" (en unidades de cuenta), sino también real (de los precios en términos de oro y plata). Una vez demostrado que la inflación no es una ilusión, Bodin pasa a discutir sus causas. Para él, la causa principal es la abundancia de oro y de plata. El mayor crecimiento de la oferta de metales preciosos en relación con la oferta de los demás bienes, disminuye los precios relativos del oro y la plata con respecto a los demás bienes, o, en otros términos, aumenta los precios de los bienes en términos de oro y plata. El nivel general de precios (el inverso del valor del dinero), se relaciona entonces directamente con la cantidad de oro y plata existente en el mercado.
¿Podemos considerar que esta explicación descansa sobre lo que más tarde se denominará la teoría cuantitativa del dinero? En un cierto sentido sí, ya que el nivel de precios se relaciona con la cantidad de dinero y en esta idea hay una teoría monetaria de la inflación. Sin embargo, también hay que subrayar que otras ideas esenciales de la teoría cuantitativa están ausentes en el pensamiento de Bodin. Este es el caso, en primer lugar, de la secuencia oferta excedente de dinero, demanda excedente de bienes, inflación y, en segundo lugar, de la proporcionalidad supuesta entre el nivel de precios y la cantidad de dinero. El razonamiento de Bodin, en definitiva, no es más que un resultado, avanzado para su época, de la aplicación de un modelo oferta-demanda a una mercancía particular: el dinero.
A continuación, Bodin analiza las causas del aumento de la cantidad de dinero. El origen está en la balanza comercial; el comercio exterior de Francia con España es fuertemente superavitario y ello se traduce en la importación neta de oro y plata. Además están las transferencias de los numerosos franceses que encontraron fortuna en España y la entrada de capitales de los numerosos banqueros extranjeros que se instalaron en la Francia de la época. Aunque lo esencial del análisis de Bodin se encuentra en el mecanismo monetario, el autor añade otras causas del aumento de los precios, entre las que se cuentan: el despilfarro que resulta de la moda que crea demandas artificiales y cambiantes, el desarrollo de las exportaciones que reduce la oferta interior, los monopolios y las alianzas que frenan la competencia y, finalmente, los príncipes cuyos gastos son excesivos.
Las consecuencias prácticas de todo el análisis de Bodin son, sin embargo, un tanto deprimente. Para el autor, en primer lugar, resulta muy difícil luchar contra las causas secundarias de la inflación. En cuanto a la causa principal, el exceso de dinero, el autor no hace más que dejar constancia en su razonamiento las contradicciones del pensamiento mercantilista. Acaso el oro y la plata no son la riqueza del reino; puede ser que la inflación sólo sea el precio a pagar por la prosperidad de los negocios. De todos modos, el exceso de dinero es claramente preferible a la escasez monetaria de los años anteriores. Carece de sentido embarcarse en una política de deflación imposible, por otra parte, de poner en práctica si se desea seguir comerciando con el exterior. Bodin, en consecuencia, no va más allá de oponerse a las manipulaciones monetarias, y expone con convicción pero sin originalidad las ventajas de una moneda cuyo contenido metálico sea estable.
El gran aporte de Bodin no es práctico sino teórico. Desde entonces, la relación positiva entre la abundancia monetaria y los precios será parte del acervo común del mercantilismo. Esta idea se integra en una visión general del dinero que se resume en la obra de Davanzati. El dinero, para este último autor, es unidad de cuenta, medio de pago y reserva de valor. Como medio de pago y reserva de valor es, al mismo tiempo, vehículo de las transacciones y poder de compra y, en consecuencia, constituye la esencia de la riqueza. Para que la mala moneda no desplace a la buena, el príncipe debe resistir la tentación de depreciarla; no obstante, como un subproducto no deseado, la abundancia de dinero hace aumentar los precios.


Por encima de todo, para los mercantilistas la abundancia de dinero tiene una ventaja indudable: permite la disminución del tipo de interés. Los argumentos se encuentran expuestos con claridad en la obra de T. Culpeper( 1578-1662) y particularmente su Traite Contre L'Usure (1621). Cuando el tipo de interés es alto, los mercaderes más afortunados se retiran, ya que para ellos es más seguro y más rentable prestar el dinero que dedicarse directamente a los negocios. Los negociantes jóvenes y endeudados se ven conducidos a la ruina o desmotivados, ya que lo esencial de sus beneficios sólo sirve para cubrir el servicio de los préstamos. De la misma manera, y esto es lo más importante para Culpeper, las inversiones agrícolas disminuyen y el valor de la tierra cae abrúptamente. Sin duda este razonamiento, y no es el primero que mencionamos de ese tipo, tiene un cierto sabor keynesiano. El tipo de interés es el rendimiento mínimo requerido por la inversión; si dicho mínimo es muy alto, numerosos proyectos se convertirán en no rentables y serán abandonados; en tanto que, por el mismo motivo, se retirarán los capitales ya comprometidos. Abandonar los negocios se hace más interesante que dedicarse a ellos; como la inversión es cada vez menos rentable, se corre el riesgo de que los créditos terminen financiando en mayor proporción los gastos de consumo.
Una baja tasa baja de interés es considerada entonces algo favorable al comercio. Pero esa es sólo una condición necesaria y no suficiente para la prosperidad de los intercambios. Thomas Mun, se encargará de señalar con justicia, que un tipo bajo de interés puede no ser más que el reflejo de un comercio deprimido y en consecuencia de una baja demanda de capitales. Con esta excepción, los mercantilistas piensan que una baja tasa de interés es el resultado de la abundancia monetaria. Muchos años más tarde se descubrirá que todo el argumento para defender esta conclusión está basado en la incapacidad de distinguir entre el concepto de dinero, el de capital y el de fondos prestables. A riesgo de simplificar, podemos decir que, para los mercantilistas, esos tres conceptos distintos se funden en una y la misma cosa: la riqueza (influencias teológicas aparte). Si la nación posee mucho oro y plata ( es decir, dinero), la inversión será abundante (acumulación de capital), y el crédito barato (fondos prestables).
Pero, ¿qué debe hacer el gobierno si se encuentra con una situación de escasez monetaria? Si eso ocurriera la ley debe suplir al mercado. Culpeper, por ejemplo, pide que se limite severamente el tipo de interés autorizado con el fin de poder competir con los holandeses que se benefician de tasas más bajas que los ingleses. La exigencia de un respaldo legal es, con una frecuencia comprensible, la única respuesta de los comerciantes en el conflicto que les enfrenta al poder financiero. Ambos intereses, los del banquero y el mercader, son claramente contrapuestos y los mercantilistas se preocuparán por distinguir con claridad entre la tasa de interés (legítima) y la usura (abusiva); una distinción artificial que sólo es un síntoma de las limitaciones del análisis.


La esencia de la actividad económica del mercantilismo se centra en la adquisición de monedas y metales de oro y plata como única forma de enriquecerse el estado, además es  centralista al considerar que es el propio estado el que debe organizar y programar la adquisición de metales preciosos.
El mercantilismo es también una doctrina que establece como conveniente una balanza comercial favorable (porque de algún modo ésta genera la prosperidad nacional); el superávit o déficit de la exportación es la única fuente de ganancia o pérdida de la nación en su conjunto, lo que sugiere que una política comercial proteccionista impulsará la prosperidad nacional, en tanto sea capaz de mantener una balanza comercial favorable.
El argumento se apoyaba en analogías con el comportamiento económico a nivel individual: si la ganancia de un individuo implicaba la pérdida de otro, algo semejante ocurriría entre naciones, dando lugar al denominado "juego de suma cero". Evidentemente, esa ganancia derivada del comercio consistiría en la entrada de metales preciosos ocasionada por una balanza comercial excedentaria.
En un primer momento esto consiguió mediante una política de prohibiciones restricciones y controles. Prohibiciones de exportar metales preciosos, obligación de cada mercader de exportar primero para importar después, tentativas de establecer controles burocráticos y restricciones administrativas adicionales.
Los primeros mercantilistas (Stafford y otros) insistían en que se prohibiera toda exportación de dinero del país, lo que ellos proponían era acumular dinero en el país por todos los medios, exportando mercancías al mercado exterior. Con el crecimiento de las formas capitalistas de economía y la ampliación del comercio exterior, se hizo cada vez más evidente la inconsistencia de la política que veía su objetivo en retener el dinero de la circulación. Frente a la política de la balanza monetaria activa, se presentó la política de la balanza comercial, sus partidarios eran mercantilistas posteriores (T. Mun, A. Serra y otros), según ellos, el Estado ha de poseer un tamo activo en la balanza comercial.
Sin embargo, en el siglo XVI, la explosión de los intercambios internacionales debilitará progresivamente la eficacia de tales disposiciones. La emergencia de un mundo financiero especializado, la generalización de las letras de cambio, los privilegios acordados a las grandes compañías (entre ellos el de exportar oro) y, de un modo general, la imposibilidad material de controlar unos flujos comerciales siempre crecientes, son todos procesos que terminarán por arruinar el poder de la administración. Así se impone la idea de que, si el comercio es deficitario, el oro saldrá inevitablemente del reino.
En consecuencia, ¿cómo evitar la salida de oro?; ¿qué hacer si el desarrollo del comercio agrava y convierte el problema en algo crucial?. Alrededor de estas cuestiones generales se enfrentarán G. Malynes, Edward Misselden (1603-54) y Thomas. Mun en una de las controversias más fructíferas de la historia del mercantilismo.
Con la crisis comercial de los años 1620, aparece en Inglaterra una generación de autores bullionistas de la que Gerald Malynes es el representante más importante. Malynes buscó la razón del déficit comercial en los mecanismos de cambio. Su razonamiento es el siguiente. En un sistema de dinero mercancía, la paridad viene dada por el contenido metálico respectivo de las distintas monedas y el tipo de cambio debe ajustarse a ello. La paridad de las monedas asegura el equilibrio en los flujos de dinero, ya que una vez alcanzado el tipo de cambio adecuado, según nuestro autor, no se producirá ningún movimiento de dinero, ya que no existirá la posibilidad de obtener ganancia alguna del intercambio de monedas o mediante la exportación o importación de especies.
Ahora bien, las monedas inglesas se encuentran subvaloradas: su precio se sitúa por debajo de la paridad y, precisamente por eso, se pueden obtener ganancias exportándolas; eso precisamente explicaría la salida de oro. La salida de oro, por su parte, hace bajar los precios en Inglaterra y los aumenta en el extranjero, con lo que se degradan aún más los términos de intercambio británicos. La gran hipótesis implícita de Malynes es que las funciones de demanda, tanto doméstica como extranjera, son inelásticas a los precios. Por eso puede decir que el resultado será un déficit en el valor de los intercambios de las mercancías que, además, constituye la contrapartida contable de la salida de dinero. Por todo eso, Malynes concluye, "el abuso del tipo de cambio", es decir la sobrevaloración de la moneda inglesa, es la causa del déficit comercial.
Las conclusiones políticas de Malynes se deducen directamente: hay que retornar a un estricto control de cambios, la Office of Royal Exchange debería supervisar todos los intercambios y prohibir las transacciones que no respeten la paridad. Los intereses de los mercaderes y comerciantes deben supeditarse al interés general.
Contra este análisis reaccionarán E. Misselden y T. Mun. Básicamente, estos dos últimos autores invierten el razonamiento de Malynes para rebatirlo; es decir sostienen que son los movimientos comerciales los que causan las variaciones del tipo de cambio y de los flujos monetarios.
Por su parte, Thomas Mun, distingue cuidadosamente entre el balance global y los balances particulares. Los balances particulares con tal o cual país eran en la época objeto de una atención política particular, ya que el equilibrio o el excedente se buscaban y definía para cada socio. Mun, al contrario, insistirá en que lo que realmente importa es el balance global y que no es reprochable que el comercio con tal o cual país sea deficitario, siempre que conduzca a excedentes globales; por ejemplo, esto ocurre cuando se importan materias primas que después de transformadas se reexportan como productos terminados o, incluso, cuando se importa barato para exportar los mismos bienes a mayor precio.
Las conclusiones de Mun se expresan en la forma de una auténtica ley económica: existe una relación causal entre la balanza global y los flujos de metales preciosos: "no entrará ni saldrá un tesoro mayor que el del saldo de la balanza comercial". Mun concluye lógicamente que la parte del stock mundial de metales preciosos en manos de cada país depende de la situación de su balanza comercial y no tanto de que el país tenga minas o colonias.
Las ideas de Misselden y Mun son características de la versión "comercialista" del mercantilismo inglés. No sorprende, entonces, que los dos autores esperen el excedente comercial de la libertad de comercio de las grandes compañías. Esto es, de la libertad para exportar el oro siempre que permita desarrollar los negocios; para importar si eso permite exportar más; para comprar caro en el extranjero si eso permite vender aún más caro a otro país. Esta visión del comercio, dinámica y no solamente contable, es la que corresponde a la actitud de los comerciantes poderosos con mentalidad de conquistadores.


Si para los mercantilistas el dinero es la riqueza, la abundancia de brazos es una forma muy cercana al dinero. Un tesoro y una población importante se presentan a menudo como los dos pilares del poderío nacional. Para Montchrestien, los hombres son incluso el elemento esencial: “de estas grandes riquezas, dice, la más grande es la incomparable abundancia de los hombres”. Pero los mercantilistas también ofrecen matizaciones y precisiones al respecto. En primer lugar, la población no debe sobrepasar la oferta de bienes de subsistencia, como menciona por ejemplo Botero (en Las causas de la grandeza y la magnificencia de la ciudad,  1588). Una población numerosa crea, sin duda, condiciones económicas favorables en el mercado de trabajo debido a su influencia sobre los salarios. Pero también es necesario que tal población encuentre un empleo; en caso contrario se convierte en una carga y un peligro. Son numerosos los mercantilistas que consideran el paro, no sólo como una pérdida de producción potencial, sino como la fuente de hábitos de ociosidad de relajamiento y finalmente de la decadencia de la nación. Para muchos hay que obligar a las personas a trabajar.
El intervencionismo aparece ahora en el mercado de trabajo. Es necesario emplear a la población, pero hay que hacerlo racionalmente. En ese campo, el estado debe “disponer con juicio que cada uno vaya al oficio adecuado”. De ahí la idea de desarrollar la enseñanza, controlar el aprendizaje, reglamentar la organización de los talleres. Para muchos mercantilistas existe sin duda un óptimo de población. Si la población es insuficiente, hay que atraer obreros del extranjero; en caso contrario, hay que estimular la emigración hacia las colonias, lo que además tiene la ventaja de eliminar “mentes calientes” y de crear demanda en el exterior.
En general los mercantilistas no se interesaron demasiado por desarrollar la producción interior. En este caso fue también Montchrestien quien subrayó la importancia de la iniciativa individual, de la búsqueda de beneficios y de la división del trabajo como motores de la economía. También fue él el primero en insistir sobre el papel esencial del progreso técnico. El progreso técnico alivia la carga del trabajo, disminuye los costes hace bajar los precios y, en definitiva, aumenta la productividad. La agricultura es para él, sin duda alguna, la base de la prosperidad, pero el sector privilegiado del progreso técnico es el industrial. En la industria y el comercio los beneficios son mayores que en la agricultura. Finalmente, el progreso técnico influye sobre la organización del mercado; el empresario que innova goza de un monopolio lo que aumenta sus ganancias. Esta situación será modificada por los nuevos productores atraídos por las ganancias excepcionales o por nuevas invenciones. Por primera vez se establece una relación entre innovaciones, beneficios y progreso.

 

4.    IDEAS MERCANTILISTAS SUPERVIVIENTES

En el siglo XX, la mayoría de economistas de ambos lados del Atlántico han llegado a aceptar que en algunas áreas las teorías mercantilistas eran correctas. El más importante ha sido el economista John Maynard Keynes, que explícitamente apoyó algunas de sus teorías.
Adam Smith había rechazado el énfasis que hasta entonces los mercantilistas habían puesto en la cantidad de dinero argumentando que los bienes, la población y las instituciones eran las causas reales de prosperidad. Keynes argumentó que la cantidad de dinero en circulación, la balanza comercial y los tipos de interés tenían una gran importancia en la economía. Este punto de vista fue luego la base del monetarismo, cuyos defensores actualmente rechazan muchas de las teorías económicas keynesianas, pero que se ha desarrollado y es ahora una de las escuelas económicas modernas más importantes. Keynes también hizo notar que el enfoque en los metales preciosos también era razonable en la época en la que se dio (comienzos de la era moderna). En una época anterior al papel moneda, un incremento de los metales preciosos y de las reservas del estado era la única forma de incrementar la cantidad de dinero en circulación.
Adam Smith, por otra parte, también rechazó el énfasis del mercantilismo hacia la producción, argumentando que la única forma de hacer crecer a la economía era a través del consumo (que, a su vez, impulsaba la producción de bienes). Keynes, sin embargo, defendió que la producción era tan importante como el consumo.
Keynes y otros economistas del periodo también retomaron la importancia que tenía la balanza de pagos, y visto que desde la década de los años 30 todas las naciones han controlado las entradas y salidas de capital, la mayoría de los economistas están de acuerdo en que una balanza de pagos positiva es mejor que una negativa para la economía de un país. Keynes también retomó la idea de que el intervencionismo gubernamental es una necesidad económica.
Sin embargo, si bien las teorías económicas de Keynes han tenido un gran impacto, no han tenido tanto éxito sus esfuerzos de rehabilitar la palabra mercantilismo, que a día de hoy sigue teniendo connotaciones negativas y se usa para atacar una serie de políticas proteccionistas. Por otra parte, las similitudes entre el keynesianismo y las ideas de sus sucesores con el mercantilismo a veces han hecho que sus detractores las categorizasen como neomercantilismo.
Un área en la que Smith fue rebatido antes incluso que Keynes fue en la del uso de la información. Los mercantilistas, que eran generalmente mercaderes o funcionarios del gobierno, tenían en sus manos una gran cantidad de datos de primera mano sobre el comercio, y los usaban de forma considerable en sus investigaciones y escritos. William Petty, un mercantilista importante, es a menudo considerado el primer economista en usar un análisis empírico para estudiar la economía. Smith rechazaba este sistema porque entendía que el razonamiento deductivo desde unos principios básicos era el método correcto para descubrir las verdades económicas. Hoy en día, sin embargo, la mayoría de las escuelas económicas aceptan que ambos métodos son importantes (si bien la escuela austriaca supone una notable excepción).
Diversos autores creen que, en instancias específicas, las políticas mercantilistas proteccionistas también han tenido un impacto positivo en el estado que las puso en marcha. Algunos economistas argumentaron que el proteccionismo es bueno para industrias en desarrollo, y que si bien causa algunos daños a corto plazo, puede ser beneficioso a largo (argumento de la industria naciente del alemán Friedrich List).
En cualquier caso, La Riqueza de las Naciones tuvo un profundo impacto en el final del mercantilismo y la adopción posterior de la política de libre mercado. Para 1860 Inglaterra ya había eliminado los últimos vestigios del mercantilismo (por ejemplo, las proteccionistas leyes del grano o corn laws, en gran parte gracias a la Anti-Corn Law League, en 1845). Las regulaciones industriales, los monopolios y los aranceles fueron abolidos en su inmensa mayoría. Convertida en "el taller del mundo", con una industria y una flota mercante con la que nadie podía competir, Inglaterra se convirtió en la gran defensora y propagandista de la política de libre mercado, justo en el momento en que más la beneficiaba, y lo siguió siendo hasta la Primera Guerra Mundial, cuando la segunda revolución industrial le puso delante competidores serios.